Nacido en Alconaba en 1910, Francisco Delso Gonzalo repasa lo que ha sido su vida, consagrada a su trabajo de mecánico en la línea de tren Santander-Mediterráneo, con parada en Martialay, pueblo vecino de su localidad natal.
Soria es una provincia longeva, y buen ejemplo de ello es Francisco Delso Gonzalo, que celebra este año su 107 cumpleaños rodeado de sus hijos y nietos. Este soriano nacido en Alconaba en 1910 sigue conservando intacta su simpatía y humor, y aunque su memoria a corto plazo falle, recuerda a la perfección todo lo acontecido a lo largo de su vida. Una existencia consagrada a su trabajo en el ferrocarril español y a su familia.
P: Francisco, ¿cuál es el secreto para vivir 107 años?
R: El secreto, que no me muera nunca (bromea). Pues mira, he trabajado toda mi vida y he tenido más amigos que nadie porque no me gustaba discutir con la gente. Discutiendo no se saca nada en consecuencia. Además, no he tenido vicios y mi alimentación ha sido natural. Hacía como las vacas que, cuando venían de la dehesa, se metían por los huertos a comer berza. Antes no había tantas verduras y comíamos garbanzos, alubias, patatas y berzas, las hojas de fuera para los animales y el cogollo para nosotros.
P: Dicen que pasar hambre y frío alarga la vida, ¿cree que el clima soriano es bueno?
R: Si tienes buen brasero sí. Aquí, desde pequeño empiezas a aguantar el frío que es muy saludable, y no estamos como en otras provincias que están siempre medio cocidos por el calor.
P: Es usted testigo centenario de la historia de España, ¿qué recuerda de los tiempos de guerra?
R: De la guerra, muchas cosas. Estuve en varios frentes, primero por Guadalajara y luego por Castellón y Alicante. Recuerdo que cuando estaba en la trinchera tenía que dormir encima de leña porque el garito donde nos resguardábamos manaba agua por debajo, entonces para estar aislados había que poner ramaje. Nosotros éramos cinco hermanos, y al principio solo tres tenían que acudir al frente, como yo era el mayor me licenciaron, pero a los 15 días de estar en casa vino una orden notificándome que la ley había cambiado y tuve que regresar.
P: Hablemos de los momentos buenos que imagino habrán sido muchos, ¿qué días tiene grabados en su memoria?
R: Ha habido malos, pero también muchos muy buenos. Cuando era pequeño la única alegría que tenía era el pan en forma de paloma que hacía mi madre en el horno del vecino para mis hermanos y para mí. También recuerdo cuando los mozos de Alconaba nos íbamos al Cubo de Hogueras a pasar la noche del día de la fiesta principal. Íbamos andando, aunque solo está a tres kilómetros...
P: Las cosas actualmente han cambiado mucho, ¿qué recuerda de la educación de entonces?
R: Han cambiado muchísimo, ahora mandan los alumnos tanto como el profesor. Antes, si hacías una falta en el colegio, el maestro te dejaba cerrado durante las dos horas que duraba la comida, y así, muchos detalles más. Al entrar a la escuela nos ponían en fila con las manos arriba y si alguno las llevabas algo sucias nos daban en las uñas con una varita.
P: ¿Cómo eran los trabajos en el campo en aquella época?
R: Ya por aquellos años se utilizaban máquinas en el campo. Antes de entrar a los talleres de la Renfe, trabajé en la finca de la familia Carrascosa en Alconaba. Tenían un par de tractores, uno lo llevaba yo y otro mi compañero, y también llevé segadoras y cosechadoras.
P: Trabajando durante tantos años en los talleres del ferrocarril español habrá vivido muchas aventuras…
R: Sí. Trabajé para la línea Santander-Mediterráneo como mecánico. Empecé de peón y me jubilé como oficial a los sesenta años. Yo era mecánico reparador de la máquina, pero como había muchos trenes tenía también que hacer de freno. Nos cogían a los del taller y nos mandaban viajar con los trenes para frenar las máquinas en las bajadas. Cada uno iba en un vagón y cuando el maquinista daba unos pitidos nosotros frenábamos. El tren salía a cualquier hora del día y he pasado noches enteras en los vagones. Además, también nos tocó ir a poner las vías bien cuando descarrilaba algún tren. El trabajo era complicado, a veces ibas a hacer una reparación y no valía ninguna pieza, y algunas de la que valían, duraban poco tiempo.
P: Francisco, veo que uno de sus pulgares no está completo..., ¿qué le ocurrió?
R: Una máquina del tren me lo cortó. Estaba trabajando metiendo unas guarnituras para que no saliera el vapor cuando estaba encendida la máquina, y uno de mis compañeros sin darse cuenta cambió la palanca para que tuviera más fuego. Un latigazo me lo cortó.
P: Si echa la vista atrás, ¿cómo resumiría su vida?
R: Siempre trabajando. Aun jubilado, he seguido reparando algunas cosas para casa en mi cochera y trabajando en la huerta.
Desde su juventud comenzó a trabajar en el campo, aunque realmente no conoció su verdadera vocación hasta que entró a los talleres del ferrocarril español, donde trabajó toda su vida como mecánico para la compañía que gestionaba la línea Santander-Mediterráneo. Un recorrido con parada en Martialay, pueblo vecino de su localidad natal.
A pesar de sobrepasar la centuria, la familia de Francisco Delso solo está compuesta por tres generaciones, la suya, la de sus dos hijos, Javier y Amparo, y la de sus nietos. Su hijo se emociona escuchando hablar a su padre, que recuerda los buenos y malos momentos de su vida, sobre todo acontecidos durante la guerra. Describe a su padre como una persona amable, reservada y muy trabajadora. “Siempre estaba trabajando, recuerdo como un día muy especial la primera vez que pudo comer con nosotros un Domingo de Calderas”.