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A don Santiago González Lérida, sacerdote

A don Santiago González Lérida, sacerdote

Actualizado 23/02/2014 19:48

No es extraño que en masa acudieran el pasado lunes a despedirte de tu vida terrena, cientos de sorianos y sorianas así como la inmensa mayoría de los sacerdotes de la diócesis de Soria, en la casa donde tantas veces tú ejerciste el ministerio por y para los demás

Hace tiempo que se me grabó en la memoria ese dicho de que "morimos como vivimos". Por eso, querido don Santiago, párroco ya para siempre en la memoria de la iglesia de El Salvador y en la nuestra propia, te fuiste hace unos días como viviste, en paz con Dios. Sabía desde hace tiempo de la fragilidad de tu salud, de que tus cansados huesos tras más de 60 años dedicados al sacerdocio iban anunciando que la vela encendida en tu cuerpo se consumía como con la nuestra ocurrirá también tarde o temprano. Tu apariencia austera y humilde, escondía en cambio una mente fresca y lúcida ante cualquier tema. Dicen que las gafas crean una barrera comunicativa en quien las lleva, pero en tu caso, agrandaban una mirada fina y observadora que se compenetraba con tu tono de voz, siempre sosegado y templado, pero que no coartaba la claridad en lo que querías decir. Fuiste siempre hombre prudente, discreto entre las calles sorianas cuando salías a pasear y como decía yo, sacerdote sin alzacuellos, sí, pero fiel siempre a tus ideas y al servicio de tus feligreses.

Por eso no es extraño que en masa acudieran el pasado lunes a despedirte de tu vida terrena, cientos de sorianos y sorianas así como la inmensa mayoría de los sacerdotes de la diócesis de Soria, en la casa donde tantas veces tú ejerciste el ministerio por y para los demás. Y es que tenía que ser allí, en ese templo dedicado a el Salvador y que fue tu casa durante décadas. Ese templo, que como bien sabías, tanto dio que hablar cuando a finales de los años sesenta se erguía entre las calles de una Soria conservadora y castellana y que miraba con recelo y espanto tanto hormigón en su construcción. Recuerdo cómo a raíz de una conversación que mantuvimos sobre la teología del templo, sin la cual me dijiste -no se entendía su construcción-, me regalaste un libro editado en el año 1993 y escrito en parte por ti. En ese libro, dabas cuenta precisamente de ese necesario conocimiento de la simbología teológica para entender la construcción de esta iglesia. Una iglesia que muchos ven y visitan, pero que pocos conocen realmente. Un templo que gracias a ti, terminé comprendiendo y admirando porque yo también era de los que opinaba como te dije, que chocaba visualmente con el entorno.

Con ese libro recorrimos visualmente el interior y el exterior con la compañía de tus explicaciones que aún conservo en mi recuerdo. En esa visita guiada salió también a colación la restauración del ábside que da a la calle Numancia. Y es que pocos conocen que fue en los años 90 cuando tras demoler la antigua casa del cura, dejasteis a la vista, no sin esfuerzos y algún que otro quebradero de cabeza, el ábside para deleite de sorianos y forasteros. De hecho, fue gracias a la Junta de Castilla y León y a su entonces presidente Juanjo Lucas, al que sé tenías en estima, lo que produjo que respirarais un poco y el asunto avanzase a buen puerto, como así fue.

Querido don Santiago, desde el lunes descansas ya en tu Almarza natal. Mediante estas líneas, creo que puedo en nombre de muchos agradecerte tu servicio a los demás y ha sido éste el motivo de la misma. Siempre que yo escribía en la prensa un artículo de calado político y coincidíamos en la calle me dabas tu opinión, a veces, aunque no me gustara oírla. Esta vez, me toca escribir con afecto sobre tu persona. Desde donde ahora te encuentras, te pido nos sigas iluminando por el camino correcto. Descansa en paz en tu nueva morada porque como dejó escrito San Josemaría Escrivá: "tú, si eres apóstol, no morirás; cambiarás de casa y nada más".

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