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“¿Dónde está tu hermano?”

“¿Dónde está tu hermano?”

Actualizado 20/07/2016 09:41

No viene mal recordar de vez en cuando que "los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los discípulos de Cristo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son, a la vez, gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón? La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia" (GS 1).

Ante la cantidad de refugiados que se acercan a Europa no parece ser la respuesta adecuada la que dio hace unos días nuestro Presidente del Gobierno y otros políticos que miden con la regla de la economía y no con la de la humanidad; no olvidemos que esta situación urgente y emergente requiere también medidas extraordinarias y proporcionadas al terrible éxodo que se está produciendo en los países del Oriente que están viendo cómo peligran sus vidas por el discurso sangriento del Estado Islámico.

La pasividad y desproporción de la respuesta por parte del Gobierno español (acoger tan sólo a 2739 refugiados o a 50 como ha ofrecido Islandia) es fruto del profundo deterioro moral, raíz de nuestros tremendos deterioros sociales, políticos y económicos. El deterioro moral es evidente. Nuestro Señor llamó al pecado "el misterio de iniquidad" y, aunque queramos ocultar los montes, tenemos que aceptar que mientras edifiquemos la sociedad sólo sobre el bienestar, la calidad de vida, la aspiración de todo progreso, etc. y nos olvidemos egoístamente del bien de los demás, de sus necesidades, de sus carencias, de una mejor distribución de los bienes, mientras vivamos con los ojos cerrados al hermano, Dios nos va a seguir preguntando: "¿dónde está tú hermano?" (Gn 4, 9) Hace unos días, Jesús Mendoza escribía en Heraldo de Soria que "los que huyen de la guerra tienen derecho a ser tratados con dignidad. No podemos responder mirando para otro lado y aplicando el «sálvese quien pueda». El Papa Francisco, al que muchos mandatarios aplauden pero pocos siguen, afirmaba hace un año: «Esta realidad pide ser afrontada y gestionada de un modo nuevo, equitativo y eficaz, que exige en primer lugar una cooperación internacional y un espíritu de profunda solidaridad y compasión»".

Algunos sólo piensan en cómo mantener la economía competitiva y cómo conseguir en las próximas y cercanas elecciones generales mantener el puesto o subir un peldaño; se da una verdadera absolutización o idolatría del poder. El Papa Francisco ha sido muy claro diciendo que "la dignidad de la persona humana y el bien común están por encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios".

Antes hablaba de pecado; para algunos puede ser una palabra difícil de digerir pero creo sinceramente que uno de nuestros problemas actuales es que no llamamos a las cosas por su nombre y que hemos olvidado el sentido espiritual y trascendente de la vida. Si lo que Jesús anuncia es el Reino de Dios, pecado es para Jesús todo aquello que impide, imposibilita o destruye el Reino de Dios, es decir, pecado es aquello que dio muerte al Hijo de Dios y pecado sigue siendo aquello que en la actualidad da muerte a los hijos de Dios. ¿Qué está sucediendo hoy en Siria, Irak, Hungría o Bulgaria? Nos dice San Pablo que "el salario del pecado es la muerte" (Rom 6, 23); una muerte que nosotros generamos cuando no damos oportunidad a muchos de vivir con la dignidad que merecen. Hoy, como hace dos mil años, seguimos crucificando a muchos inocentes que siguen perdidos en el mundo porque no hemos repartido como debíamos los bienes que son de todos y porque vagan de un lugar a otro porque nadie les quiere, porque son rechazados y despreciados. Dios pedirá cuentas a aquellos que analizan la situación desde unos intereses económicos y partidistas. Algunos, como Caín, se preguntarán: "¿acaso soy guardián de mi hermano?" ¡Sí, somos guardianes de nuestros hermanos y responsables de su salud, de sus vidas, de su libertad, de su progreso, de su desarrollo! ¡Somos responsables los unos de los otros!

La Iglesia, por auténtico compromiso evangélico, debe hacer oír su voz, denunciando y condenando estas situaciones. Afortunadamente esta terrible situación está provocando un movimiento social de solidaridad que en muchos países ha levantado a particulares que tienen corazón y sentimientos, y van más allá que nuestros pobres políticos; también se han movilizado las iglesias que están ofreciendo sus bienes, manos y casas para recibir a los que se les ha robado su tierra y sus derechos, a los inexistentes, a los invisibles.

Necesitamos crecer económicamente, sí, pero necesitamos con más urgencia construir relaciones humanas que nos ayuden a cuidarnos, a respetarnos, a defender al más necesitado. El Papa en Lampedusa nos decía proféticamente: "Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar, de «sufrir con»: ¡la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar!". No creo en políticas de ricos que aspiran a consumir el plato de los pobres o que miran para otro lado cuando hay quienes lloran de soledad o de angustia porque carecen de los bienes necesarios.

No olvidemos también que elevar la voz de la Iglesia es la expresión de un Evangelio que es Buena Noticia para todos. Pero nunca olvidemos que mientras la Iglesia predica una salvación eterna y sin comprometerse en los problemas reales de nuestro mundo, la Iglesia es respetada y alabada; pero si la Iglesia, siendo fiel a su misión, denuncia el pecado que lleva a muchos a la miseria y a la muerte, si anuncia la esperanza de un mundo más justo y humano, entonces corre el bendito riesgo de ser perseguida y calumniada, tildándola de subversiva y comunista. Creo que vale la pena que elevemos la voz profética de denuncia aun cuando nos cueste la persecución y la calumnia de los poderosos de esta tierra, e invirtamos nuestros bienes en provecho y sostenimiento de nuestros hermanos refugiados.

Ángel Hernández Ayllón

Vicario episcopal de pastoral de la Diócesis de Osma-Soria

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