La tribu y las instituciones

Estamos inmersos en una “profunda tribalización”; las calles sustituyen a las instituciones; la algarabía de turno, a la reflexión y a la mesura social; el rincón “corto de miras”, al horizonte.

Incluso los propios partidos políticos, piezas fundamentales para la existencia de la democracia, muestran derivas preocupantes hacia formas tribales. Y los separatismos, el culto al rincón, las miopías de corto alcance, incluso “el rebuzno” como canto a la desdicha.

¿Qué es la tribu? Una organización social no basada en la ley, sino “en el tótem y el tabú”, donde el vínculo de sangre y la costumbre y las aberraciones de los antepasados determinan la sociedad.

Lo que hoy llamamos populismos son mecanismos sociales más basados en lo tribal que en la racionalidad y en la ley. Basados descaradamente en el atavismo tribal.

Una característica importante de la tribu es la violencia contra alguien; las tribus viven en un “permanente altercado”; sin esa violencia pierden vigor y otra tribu más tribal fagocita a la primera en renovada violencia. Cuando una sociedad se salta la ley y se echa a la calle, y vocifera, y su razón se cuenta por el número de vociferantes, en esa sociedad florece la tribu, como en una tierra yelma los abrojos.

El grupo en manada, las estridencias callejeras, las verdades basadas en la emoción de turno, la falta de una reflexión de con secuencias, chillar sin pudor social alguno para “reivindicar” cualquier justicia… eso es tribu.

En los cinco millones de la evolución humana, buena parte de ese tiempo, los hombres han vivido de forma tribal. No es de extrañar que ese atavismo tienda a surgir, como los fantasmas no domesticados.

Roma sacó a la humanidad del nivel tribu y la elevó al nivel Estado. Fundó Europa. Hoy nos complace jugar a ser idiotas.

Todo se explica, hasta las barbaridades.