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Una nueva primavera

Una nueva primavera

Actualizado 01/09/2020 11:16

Carlos Castro, hombre de campo, reflexiona sobre la nueva normalidad, la naturaleza y la fragilidad del ser humano.

Salgo al campo como con miedo, como dando las gracias a la madre naturaleza por dejarnos existir. De repente miro lo que me rodea con otros ojos, el campo, las montañas, el sol, el universo. Nos creíamos gigantes y qué pequeños nos hemos hecho, sólo un soplo de viento traicionero y se nos lleva volando. Qué lección de humildad a la especie humana nos ha dado la madre naturaleza con un pequeño virus. Nos ha recordado que somos vulnerables, una especie más, una insignificancia llena de orgullo, una levedad en el tiempo, que estaremos aquí hasta que ella quiera. Pero no, nosotros a lo nuestro, a una velocidad de vértigo en un mundo artificial que nos hemos construido, en un mundo imperfecto donde lo primero ya no son las personas sino todo lo demás.

El campo está a reventar, la primavera explosiva, las lluvias de abril traen las flores de mayo, y ha llovido mucho, ya lo decía el Valeriano desde su confinamiento que “este año va a llover porque no pasan aviones, pero si hasta la atmósfera está diferente”, y no le falta razón que parece el aire más cristalino. Las cebadas se quieren salir de las parcelas y rebosan por orillas y cunetas, empiezan a igualar las tempranas y bailan ya las espigas al son del viento en un mar ya avinagrado. Los trigos todavía reverdean, les cuesta espigar del forraje que llevan, algunos amarillean de tanta humedad. El cuco canta en las laderas, dos machos de perdiz se pelean en un barbecho, los corzos a lo lejos comen en la esparceta y de vez en cuando levantan la cabeza, ajenos a todo, te tranquilizas poco a poco viendo que tu mundo sigue igual, una infinidad de pequeñas cosas que te muestran tu debilidad, desde el aire que respiras, al sol que te da, el agua, todo, hace que la perfección sea un gran puzle donde solo una pieza rota acaba con todo lo demás.

Qué distinto parece todo ahora, todo cobra un nuevo sentido después de tres meses de un sueño que no lo ha sido, un mal sueño al que entramos cual emperador que creía manejar el mundo a su antojo y el mundo nos ha doblegado a nosotros, asustados por un monstruo que surgió de la nada, invisible, que nos amenazaba a todos, sin distinción, el mundo que conocíamos hasta ahora, el que nos daba seguridad de repente se podía acabar.

A lo lejos en lo más alto, erguido y solitario la silueta del castillo de Gormaz, testigo de antepasados que desaparecieron entre epidemias y guerras, otros antes que nosotros ya pisaron por aquí, desde dinosaurios hasta legiones romanas…, nos recuerda que algún día nosotros también seremos historia. Unas pocas semanas han sido suficiente para paralizar este mundo moderno y que olvida nuestra condición de animal racional, una civilización global que se basa en la movilidad mundial y da la espalda a lo cercano, a la aldea funcional, a las raíces, al círculo humano familiar.

No es fácil que de repente el modelo se pueda cambiar, que de la noche a la mañana se transforme una sociedad, pero es cierto que se abre una reflexión sobre oportunidades y modelo de vida en provincias como la nuestra. Todo esto ha removido conciencias y ha provocado planteamientos individuales de filosofía de vida, de futuro, de prioridades personales, otra filosofía de vida posible que conduzca a tomar decisiones diferentes y es ahí donde empieza la semilla del cambio. Son las decisiones individuales las que empiezan a cambiar las cosas y no al revés. Cada persona que se asienta en un pueblo, cada niño que sigue corriendo por sus calles, cada jubilado que termina sus días en la paz de nuestros pueblos, lo transforma. Comienza una cadena inversa que genera un nuevo camino a partir del cual desde la nada todo se empieza a llenar. No es fácil buscar alternativas laborales en las zonas rurales, pero se ha demostrado que al menos el abastecimiento no ha faltado en esta crisis que empezaba con la angustia de si veríamos estanterías vacías. Quizá nunca lo valoraremos suficientemente y hemos comprobado que la agroalimentación es un pilar básico de presente y futuro. La ganadería, el turismo, los montes, en fin, será la decisión individual, la de cada uno la que explore las posibilidades que ofrece y tiene nuestra tierra y la forma de vida a la que aspire cada individuo, la que cambie el mundo.

Está claro, a todos nos ha afectado esta crisis, todos hemos salido tocados en lo psicológico porque se han removido nuestros cimientos y nuestras seguridades, porque no sabemos si volverá, si vendrá otro tan brutal… en definitiva porque hemos tenido una sensación que jamás antes habíamos tenido y es si el mundo que habitamos nos va a traicionar, si nos va a dejar continuar.

Otro mundo es posible y cuando quiera, será.

Consulta aquí la viñeta de este artículo.

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