OPINIóN
Actualizado 14/12/2014 19:39:56

Fe y tristeza son dos polos opuestos que no pueden darse en el cristiano. El cristiano debe ser una persona alegre porque, por encima de sus fallos, siente en él el amor y el perdón de Dios.

El testimonio de la alegría es necesario, especialmente en nuestros días, en un mundo en crisis de valores, angustiado por tantas situaciones. Nuestro mundo, hemos de reconocerlo con pesar, es un mundo triste.

El paro produce angustia en el corazón de tantas personas que carecen de un trabajo que dignifique sus vidas y les proporcione los recursos necesarios para vivir. La corrupción, que aparece como un fenómeno generalizado en los estamentos con poder sean éstos de la clase que sean, ha ido creando un ambiente de desconfianza, de rabia y repulsa. La proliferación de las rupturas matrimoniales y familiares llena de amargura el corazón de tantas personas que las sufren en sus propias carnes, produciendo soledad, desesperanza y odio. Estas y otras muchas situaciones han ido creando un ambiente lleno de tristeza, de egoísmo, de soledad, de discordia y de insatisfacción en la sociedad.

Lo único que puede vencer esta insatisfacción del hombre actual es el testimonio -personal y comunitario de alegría y esperanza oxigenantes- fundado en la fe en Cristo; testimonio liberador, vivo y presente entre los hombres que sufren por cualquier motivo. Es el testimonio de alegría de los creyentes el que debe suscitar en los demás la pregunta y el interrogante: "¿qué secreta esperanza alegra la vida de esta persona o de este grupo?". Ésta es la pregunta que surge espontánea cuando uno se acerca, por ejemplo, a un convento de religiosas de clausura en el que, lo primero que sorprende, es su profunda alegría; muchos, al contemplarlas, se interrogan: "¿qué tienen estas mujeres que, sin tener nada de lo que en el mundo hace feliz a la gente, se les ve mucho más felices y mucho más alegres que al común de los mortales?".

La respuesta es sencilla: la fe en Cristo es el origen y la motivación de esta alegría. Seguir a Cristo produce alegría, da sentido a todo cuanto nos sucede en la vida y es la respuesta a los interrogantes más profundos del hombres. San Pablo, en la segunda lectura de este Domingo laetare, Domingo de la alegría, invita a los cristianos de Tesalónica a estar siempre alegres. Invitación que tenemos que recoger cada uno de nosotros como cristianos: debemos estar y ser testigos de la alegría en la que vivimos siendo seguidores de Cristo porque el seguimiento del Señor llena de alegría, de paz y de sentido la vida del hombre. Escribe el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica "Evangelli gaudium": "La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con el Señor. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Cristo siempre nace y renace la alegría" (EG 1).

El cristiano debe vivir su vida de fe con verdadera alegría porque ésta surge de la conciencia del amor y del perdón de Dios. Fe y tristeza son dos polos opuestos que no pueden darse en el cristiano. El cristiano debe ser una persona alegre porque, por encima de sus fallos, siente en él el amor y el perdón de Dios. La fe lleva a la alegría que brota del encuentro con Jesucristo y, a la vez, nos impulsa a comunicarla a los demás; de este modo, al comunicarla a los demás, la alegría se renueva en nosotros: es la alegría de la evangelización, de la entrega a los demás y de la comunicación de la Buena Noticia de Jesús.

Muchas veces los cristianos decaemos en la alegría porque caemos en el fango del mundo y nuestras actitudes son más mundanas que evangélicas; ahora bien, cuando vivimos desde el Evangelio, cuando comunicamos a los demás la Buena Noticia de Jesús con nuestra palabra y nuestro testimonio, aunque lo hagamos con dolor y sufrimiento, nos sentimos realmente contentos y alegres. El Señor está cerca. Él quiere nacer en el corazón y en la vida de cada uno de nosotros en esta Navidad; preparemos nuestra casa, nuestro corazón, todo nuestro ser. Hagámosle un hueco, un sitio para que Él entre en nosotros, nos transforme y nos alegre demostrándonos lo mucho que nos quiere.

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