OPINIóN
Actualizado 18/01/2015 10:24:46

Es necesario que nuestra fe la confesemos valientemente ante los demás aunque sea en ambientes adversos.

En el Evangelio de este domingo contemplamos a Juan el Bautista que, al paso de Jesús, lo presenta como "el Cordero de Dios". Fruto de esta presentación, aquellos dos discípulos que acompañaban al Bautista siguen a Jesús, interesándose por su vida, queriendo saber dónde y cómo vive. Es tal el gozo que experimentan en el encuentro con Cristo que no pueden callárselo: Andrés se lo comunica a su hermano Pedro, llevándolo donde Jesús.

En este relato del Evangelio de San Juan hay varios elementos que conviene resaltar porque nos hablan de nuestra identidad de cristianos y evangelizadores: 1. Hay alguien que conoce a Jesús, Juan el Bautista, y no puede por menos que presentárselo a sus dos discípulos que le acompañaban en ese momento. 2. Aquellos discípulos se encuentran con Jesús y le siguen, tras la presentación de Juan. Y de tal manera han quedado fascinados por Jesús, su persona y su mensaje que no pueden sino comunicarlo como la mejor noticia: "¡hemos encontrado al Mesías!". 3. Fruto de esta comunicación, Pedro sigue a Jesús.

Como cristianos y discípulos de Cristo conocemos al Señor pero no lo conocemos sólo para nuestro bien sino que nuestro encuentro con Él nos debe llevar a comunicarlo a los demás para que también puedan seguirle y, una vez en su seguimiento, se sientan impulsados a comunicárselo también a otros.

Todos nosotros estamos llamados a seguir a Jesucristo, a creer en Él y a vivir en consecuencia. Como bien recordó el Papa emérito en al Año de la fe, la fe "no es un regalo de Dios sólo para nosotros o para que nos lo guardemos; la fe hemos de comunicarla a los demás".

Por eso, como bautizados estamos llamados a una doble tarea y misión:

Por un lado, debemos ser discípulos de Jesús, es decir, vivir personalmente el estilo propio del seguidor de Cristo, dando a su persona y a su mensaje la importancia que debe tener en nuestra vida; interpelando, en todo momento, nuestra manera de actuar desde el mensaje de Jesús; transformando nuestra existencia de acuerdo con lo que el Señor pone como esencial en el estilo de vida que quiere que vivan sus seguidores. Pero el seguimiento de Cristo Jesús nos compromete a ser sus testigos llevando, como diría San Juan Pablo II, su mensaje salvador al corazón del mundo.

Por otro lado, estamos llamados a ser misioneros, testigos y portadores del mensaje de Cristo para los demás. No podemos hacer de nuestra fe una cuestión meramente privada, que uno vive sin que nadie lo vea ni sepa si es creyente o no. Es necesario que nuestra fe la confesemos valientemente ante los demás aunque sea en ambientes adversos. Sí, somos llamados a ser testigos de la fe en la familia, el trabajo, el pueblo, con los amigos, en las alegrías y en la penas, en los ambientes serios y de diversión; en todo ellos tenemos que mantener bien viva nuestra identidad de cristianos para que, como Juan el Bautista, sea nuestra vida la que señale la presencia de Cristo.
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