OPINIóN
Actualizado 18/10/2015 10:08:54

La misericordia de Dios no es una idea abstracta sino que muestra el corazón de un Padre/Madre cuyas entrañas se conmueven por sus hijos.

Celebramos hoy el DOMUND y el lema de este año no podía ser otro que el elegido "Misioneros de la misericordia" porque toda la Iglesia está embarcada en la preparación del Jubileo de la misericordia convocado por el Papa Francisco como llamada a toda la Iglesia para ser testigo de la misericordia divina. En este Año Santo que arrancará en pocas semanas, de forma especial los misioneros, somos invitados a ser testigos de la compasión divina y, por lo mismo, misioneros y portadores de la misericordia de Dios. La misericordia divina fue uno de los aspectos más importantes que Cristo vino a revelar a los hombres con su venida. Dios no es un Dios lejano ni un Dios tirano; Dios es un Padre bueno y misericordioso, capaz de compadecerse de las miserias humanas y de amar a los hombres por encima de sus pecados. Esta imagen de Dios va a estar presente en el mensaje salvador de Cristo colmo algo sustancial.

Hermanos, la misericordia de Dios no es una idea abstracta sino que muestra el corazón de un Padre/Madre cuyas entrañas se conmueven por sus hijos. En el Salmo 136, después de cada una de las acciones y maravillas que el pueblo de Israel narra, ofrece la explicación de porqué ha sido así: "porque es eterna su misericordia". Jesús, antes de la pasión, ora con este mismo salmo: mientras instituía la Eucaristía, Memorial perenne de Él y de su pasión, pone este acto supremo de la revelación a la luz de la misericordia. Jesús vivió su pasión y muerte en el horizonte de la misericordia, consciente del gran misterio del amor de Dios que se habría de cumplir en la Cruz.

Desde la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. La misión que Jesucristo ha recibido del Padre consiste en revelar el misterio del amor divino en plenitud. Este amor se hace visible y tangible en la vida de Jesús; su Persona no es sino amor que se dona y entrega gratuitamente. Su actitud y su forma de actuar con los pobres, los enfermos, etc. llevan el distintivo de la misericordia; nada en Él es falto de compasión.

En las parábolas dedicadas a la misericordia, Cristo revela a Dios como un Padre que jamás se da por vencido hasta que no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la comprensión y la misericordia. Tres de estas parábolas son las más conocidas particularmente: la de la oveja perdida, la de la moneda extraviada, y la del Padre y los dos hijos (cfr. Lc 15, 1-32); en ellas Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. Preguntado por Pedro sobre cuántas veces habría que perdonar al que nos ofende, Jesús le responde que siempre: "No te digo hasta siete veces sino hasta setenta veces siete" (Mt 18, 22)

Pero Cristo no solo expresó la misericordia de Dios en su doctrina sino que la vivió en su vida y fue testigo en todo su actuar del perdón y de la misericordia de Dios con los hombres. La misericordia no es sólo un distintivo del obrar del Padre sino que es realmente el distintivo y el criterio para saber quiénes son realmente hijos de Dios. Todos estamos llamados a vivir desde la misericordia porque, en primer lugar, a todos se nos ha aplicado la misericordia divina: el perdón de nuestras ofensas es una expresión del amor misericordioso; para nosotros, los cristianos, es un imperativo del que no podemos prescindir.

Ideal de vida

Jesús señala la misericordia como ideal de vida y como criterio de credibilidad de nuestra fe: "Dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5, 7) La misericordia es la viga maestra que mantiene la vida de la Iglesia: toda su acción pastoral debería estar revestida de ternura; nada de su anuncio al mundo debe carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del amor misericordioso y compasivo; por eso, la Iglesia "vive un deseo inagotable de brindar misericordia" (EG 24) El perdón es la fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza, especialmente cuando la experiencia de perdón en la cultura actual se desvanece más cada vez.

En esto consiste la misión de la Iglesia, en anunciar la misericordia de Dios. La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo que invita al perdón y al don de uno mismo; de este modo, la Iglesia se hace sierva y mediadora entre Dios y los hombres. Donde la Iglesia está presente allí debe ser evidente la misericordia del Padre y donde quiera que haya cristianos, cualquiera debería encontrar un oasis de misericordia.
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