OPINIóN
Actualizado 13/12/2015 14:50:19

El Jubileo de la misericordia quiere, ante todo y sobre todo, ayudarnos a mirar fijamente a Cristo que es la auténtica puerta por la que recibimos la plena manifestación de la misericordia del Padre.

El 8 de diciembre nuestro Santo Padre inauguraba el Jubileo extraordinario de la misericordia con la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro. Una de las grandes novedades de este Jubileo es que el Papa quiere que en las Iglesias particulares podamos abrir también la Puerta o Puertas Santas por las que los fieles puedan entrar para ganar la gracia del Jubileo. Nosotros, en nuestra Diócesis, abriremos dos: en la Catedral de El Burgo de Osma, hoy, domingo 13 de diciembre, y en la Concatedral de Soria el próximo domingo 20 de diciembre. A ambas celebraciones están invitados todos los sacerdotes, miembros de la vida consagrada y fieles de la Diócesis, y por cualquiera de las dos Puertas, durante todo el Año Santo, podremos ganar la gracia de la Indulgencia plenaria.

El Jubileo de la misericordia quiere, ante todo y sobre todo, ayudarnos a mirar fijamente a Cristo que es la auténtica puerta por la que recibimos la plena manifestación de la misericordia del Padre. Él acampó entre nosotros precisamente para mostrarnos la identidad de Dios, que es un Padre con entrañas de misericordia, que se compadece de los pecados humanos y no se cansa de ofrecer su acogida y su perdón. Dios es el Padre bueno de la parábola del Evangelio que, cuando el hijo pequeño decide marcharse de casa, le da la parte de la herencia que le corresponde; pero el padre no se olvida de él sino que no se resiste a salir todos los días a ver si su hijo vuelve. Finalmente, cuando un día lo ve volver, su corazón se llena de alegría, corre hacia él y, sin pedirle explicaciones, lo abraza, lo cubre de besos y prepara una fiesta por su regreso.

Esta experiencia maravillosa de la misericordia divina es la que la Iglesia, por medio del Año Santo, quiere que tengamos todos y cada uno de los que somos hijos de Dios: nuestro Padre Dios nos espera, se preocupa por nosotros a pesar de que nosotros estemos lejos de Él o le olvidemos o no le respondamos; Él se alegra cuando nos acercamos a su perdón y nos lo da sin pedirnos explicaciones, feliz y conmovido por nuestra vuelta. Por eso, en este Jubileo extraordinario de la misericordia tiene una gran importancia el sacramento del perdón, como el medio por el que Dios ha querido darnos su misericordia y reparar las heridas que en nosotros ha dejado el pecado. Todos somos conscientes de lo mucho que a tantos cristianos les cuesta confesarse; por eso, este Jubileo es una llamada a todos a acercarnos a este sacramento y experimentar en propia carne el perdón de Dios que no nos reprende sino que, a través del sacerdote, nos da su perdón y se alegra de que hayamos querido acercarnos a Él. Así experimentamos su abrazo de amor, de perdón y de cariño, que nos anima a que volvamos a empezar agarrados de su mano.

El presbítero es el medio a través del que Cristo ha querido que llegue a nosotros el perdón del Padre. No nos debe atemorizar el falso miedo a lo que el sacerdote pueda pensar de nosotros o decirnos sino sólo lo que el sacerdote nos da a través de la absolución sacramental: el perdón de Dios que lo ha constituido mediador entre Él y el pecador. Este Jubileo es un tiempo especial de gracia y de perdón. No desaprovechemos esta oportunidad de reconciliarnos con Dios, con la Iglesia, con los hermanos y con nosotros mismos por medio del sacramento de la reconciliación.

Peregrinemos desde las parroquias a la Catedral o la Concatedral; pongámonos en marcha para participar en este Año Santo y vivamos alegremente la misericordia que el Señor nos ofrece.

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