Seguro que necesitamos actualizar nuestra fe, abrir nuestra vida y nuestro corazón para dejar que Cristo, que nació en aquel pesebre y hoy quiere nacer en el corazón de cada uno de nosotros, transforme nuestras dudas en fe.
Quedan escasos cinco día para celebrar las fiestas de Navidad; unas fiestas que, en el corazón del ser humano, pueden suscitar distintos sentimientos. Para muchos la Navidad es un tiempo de nostalgia, de recuerdos y de tristeza, porque rememora aquellos días de su Navidad de niños en los que toda la familia se reunía en el hogar para celebrar juntos estas fiestas. Eran días de alegría, de amor sentido y expresado, de diálogos alegres y de verdadera felicidad de todos los que componían cada familia. Son momentos que han quedado ensombrecidos por la muerte de algunos seres queridos, las enfermedades de otros, la separación de las personas más amadas, los problemas de la vida, los odios o los rencores hacia miembros de la misma familia; desde aquí sólo se podrá ya recordar aquellos tiempos de armonía, paz y felicidad familiar como un recuerdo que nunca volverá. Ésta es una forma de sentirse frente a la Navidad. Es la forma de situarse de tantas personas que han perdido la fe y para los que la Navidad no es más que un recuerdo tierno y sentimental de lo que fue en otro tiempo.
Pero hay otra forma de sentirse y de situarse frente a la Navidad: la de todos aquellos que recuerdan con gran cariño los días y el ambiente navideño que vivieron en sus propias familias cuando eran pequeños, días inolvidables, ambiente entrañable que les hacía felices; recuerdos que hoy viven con ese mismo gozo y que les impulsa a seguir viviendo estos días con la misma felicidad y alegría. Tal vez hay algo que echan de menos y que sienten la necesidad de renovar en sus corazones como es el profundo significado y el sentimiento cristiano de alegría que producía en su alma lo que en la Navidad celebramos: el Nacimiento del Hijo de Dios que, por amor a todos y cada uno de nosotros, siendo Dios se ha hecho hombre para que nosotros lleguemos a ser hijos de Dios.
Tal vez este sentimiento y vivencia cristiana de la Navidad sea algo que tenemos que actualizar en nosotros porque hemos descuidado nuestra fe; quizá la vivencia cristiana de la Navidad y lo que tanto nos decía hace un tiempo ha quedado barrido de nuestra vida por el laicismo reinante en la sociedad. Seguro que necesitamos actualizar nuestra fe, abrir nuestra vida y nuestro corazón para dejar que Cristo, que nació en aquel pesebre y hoy quiere nacer en el corazón de cada uno de nosotros, transforme nuestras dudas en fe, nuestros materialismos en valoración de su gracia, nuestra lejanía de Él en cercanía de amor, en mano amiga que se acerca a nosotros para decirnos lo mucho que nos quiere. Tal vez echamos de menos una Navidad más solidaria en la que todos podemos hacer algo más por los otros porque nos necesitamos unos a otros; una Navidad en la que abramos nuestro corazón, una Navidad de manos extendidas que ayudan especialmente a aquellos que sufren el paro o la soledad de la vejez sin el cariño de los más cercanos.
Seguro que necesitamos contemplar mucho más de cerca al Dios Niño, sólo puro amor. Necesitamos sentir muy dentro de nosotros un profundo sentimiento de gratitud al Señor por tanta generosidad por su parte, por tanto amor y por tanta entrega, dejándole que Él nazca en nosotros como un día nació en aquel pobre y humilde establo; permitámosle entrar en nuestra vida. De este modo la Navidad sí que tiene sentido y llena el corazón. Vivamos esta Navidad con estas actitudes y será, de verdad, una Navidad alegre, llena de paz y de sentido. ¡Feliz y Santa Navidad!