OPINIóN
Actualizado 25/12/2015 12:00:30

La familia hoy se ve atacada desde su propia identidad por todas esas otras concepciones que quieren equiparar la familia fundada sobre el matrimonio con otras concepciones que nada tienen que ver con la misma.

Entre la festividad de Navidad y el fin de año celebramos la fiesta de la Sagrada Familia en este domingo. No podemos olvidar que la Sagrada Familia de Nazaret, que con tanto cariño contemplamos en estos días de la Navidad, es modelo para todas las familias de todos los tiempos. La familia es, lo ha sido y lo será una institución particularmente significativa e importante. En ella nos jugamos mucho como personas, como cristianos y como sociedad; por eso hemos de cuidarla y preservarla de cuantos peligros la acechan para que no pierda la propia identidad y la misión que tiene en la sociedad y en la vida de cada persona, de cada cristiano. La familia es esa institución que acoge al nuevo ser y le da calor humano para que pueda crecer armónicamente, desarrollando todas sus potencialidades; lo acompaña transmitiéndole los grandes valores humanos y le enseña, desde el testimonio y la experiencia, cómo debe ser su comportamiento para lograr ser una persona auténtica, madura y responsable.

En la familia aprendemos a respetar a los demás, a convivir con los otros, a ir construyendo nuestro modelo de convivencia social. Ella es la primera célula de la sociedad. Es en la familia donde el ser humano recibe el primer anuncio del Evangelio; en ella va a tener la primera experiencia religiosa y de fe, que tanto va a pesar en toda su vida, y desde la que va a ir madurando como cristiano. Pero la familia, con tan sublime misión, no lo tiene nada fácil hoy pues encuentra serias dificultades para ser lo que debe ser.

La familia hoy se ve atacada desde su propia identidad por todas esas otras concepciones que quieren equiparar la familia fundada sobre el matrimonio con otras concepciones que nada tienen que ver con la misma: la unión de dos personas del mismo sexo, las uniones de hecho, los matrimonios a prueba, etc. Es atacada, en su estabilidad, por la plaga del divorcio que ha invadido nuestra sociedad actual y en la que muchas veces los mismos cristianos lo reclaman como un derecho; esto hace que se vaya viendo como normal que una pareja se separe y pueda contraer nuevo matrimonio, "rehacer su vida". La familia se ve amenazada en su misión como transmisora de valores humanos y cristianos dado el ambiente social. La familia hoy no está cumpliendo con la misión que le corresponde per se. El materialismo ha arrasado con la misión de humanización, personalización y cristianización de la familia: los grandes valores humanos-cristianos se han olvidado para valorar lo material como el único valor que mueve la sociedad, a las familias.

Este análisis, que no quiere ser catastrofista, nos está pidiendo que prestemos un cuidado esmerado a la familia. Hoy, que tanta fuerza tienen los modelos y los testimonios, las familias tienen un precioso modelo a imitar: la familia de Nazaret. Una familia en la que se vivió el respeto, el amor y la entrega; en la que Dios estaba siempre presente y se daba una verdadera importancia a los planes de Dios; en la que el Hijo"iba creciendo en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres" (Lc 2, 40) Desde este modelo debemos sentirnos llamados a hacer de nuestra propia familia el lugar privilegiado para la maduración humana y cristiana pues sabemos que, lo que se aprende en la familia, nunca se olvida.

Tenemos que dejar que Dios entre en nuestras familias para que sigan siendo lugar privilegiado para la transmisión y valoración de la fe. Nuestras familias cristianas, que nacieron en el Sacramento del matrimonio, no pueden seguir siendo el lugar en el que Dios es el gran ausente, el gran silenciado; no podemos dejar que nuestras familias se paganicen.

Que la Sagrada Familia de Nazaret nos ayude a concienciarnos de la belleza e importancia de la familia.

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