OPINIóN
Actualizado 17/04/2016 19:36:06

La Iglesia del siglo XXI tiene encomendada la misma misión de instaurar y hacer crecer el Reino de Dios en medio de una sociedad que ha perdido la valoración de Dios

Cristo vino a inaugurar el Reino de Dios entre los hombres. Durante su vida nos ha transmitido lo que es y lo que no es importante en ese Reino; enseñó a los hombres que lo primero era buscar el Reino de Dios y su justicia pues todo lo demás se nos dará por añadidura (cfr. Lc 12, 31) Tuvo que aclarar y defender la naturaleza del Reino que Él vino a instaurar: "Mi Reino no es de este mundo; si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí" (Jn 18, 36) A los discípulos que eligió les enseñó a conocer el Reino del que les hablaba con frecuencia precisamente porque ellos tenían que ser los continuadores en la proclamación de este Reino: "Los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar" (Lc 9, 2) De este modo, los Apóstoles, por encargo de Cristo, continuaron la misma misión del Maestro: extender por todo el mundo ese Reino, que es un Reino de servicio y de santidad, de la verdad y de la vida, de justicia, de amor y de paz.

Los Apóstoles, la Iglesia entera, van a entender la exigencia y autenticidad de la misión que Cristo les había encomendado y van a lanzarse, sin miedo a nada ni a nadie, a hacer presente este Reino por todo el mundo, llamando a la conversión, a ser seguidores y discípulos de Cristo a todas las gentes de todos los tiempos y lugares. La Iglesia del S. XXI tiene encomendada la misma misión de instaurar y hacer crecer el Reino de Dios en medio de una sociedad que ha perdido la valoración de Dios; en medio de un ambiente laicista en el que Dios y los valores del Reino son rechazados por los valores de un reino mundanizado. Hoy como ayer la instauración del Reino de Dios y la extensión del mismo son costosas pues tienen unas hermosas y grandes exigencias.

Hoy como ayer se nos pide a nosotros, seguidores de Cristo, que tomemos conciencia de nuestra tarea, de la misión que Cristo nos ha encomendado que no es otra que la que Él desempeñó en este mundo, así como de la dificultad y las exigencias que suponen instaurar y extender este Reino de Dios en medio de nuestro mundo. A nosotros, seguidores y discípulos de Cristo, se nos pide coherencia para vivir nuestra vida desde los valores del Reino, con valentía y decisión, con la fortaleza que Dios nos da para no dejarnos llevar por las aguas de la mundanidad.

Hemos de ser conscientes de que la implantación y extensión del Reino de Dios en nuestro mundo supone luchar contra los valores que el mundo inculca, asume y vive. Son los valores de la mundanidad del tener, del poder y del gozar sin límites como únicos valores que mueven a tantas personas.

Es necesario que asumamos y vivamos el estilo de vida de Jesús; que lo vivamos en nuestra vida como lo único que va a hacer creíble nuestra misión y nuestro mensaje frente a tantos que no creen o están contra la Iglesia o son indiferentes: que nuestro testimonio cristiano les abra los ojos del corazón para poder descubrir que ser cristiano merece la pena. No olvidemos, como repetidamente han indicado santos y Papas, que el único Evangelio que muchos de los hombres y mujeres de nuestro tiempo van a leer es el testimonio de vida que demos los cristianos.

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