Envases con la miel recolectada. /David Almajano


REPORTAJES
Actualizado 08/12/2016 10:33:01

Las abejas de Añavieja trabajan con fines solidarios en un proyecto que busca obtener fondos para una escuela de la localidad ecuatoriana de Sumbíos. Su miel, de gran calidad es vendida de forma desinteresada, al igual que el trabajo que desarrolla un grupo familiar que no escatima ni voluntad ni tiempo para ayudar a quienes así lo precisan.

Mari Carmen y José Manuel componen un matrimonio de Logroño que ha conseguido involucrar a familia y amigos en el proyecto. Sacan tiempo de donde no lo hay para ir a Añavieja cada quince días y atender a sus abejas. Envían todo el dinero que recaudan a una escuela en Sucumbíos (Ecuador). Son, como los definen sus amigos, una mezcla perfecta de nervio y paciencia que crea una personalidad especial que ha permitido que Añamiel saliera adelante.

P: ¿De dónde surge el proyecto? ¿Por qué Miel Solidaria?

R: Un día, estando en Logroño, me acerqué a una tienda a comprar algo y me encontré a un conocido de Scouts en silla de ruedas. Y me quedé sorprendidísimo porque lo vi muy afectado y luego hablando con él me dijo que, a pesar de eso, estaba colaborando con un proyecto en Ecuador. A partir de eso, me vine a casa y dije: ¿te das cuenta de cómo alguien que no puede está ayudando? Y nosotros que podemos, no estamos haciendo nada. Entonces a partir de ahí empecé a hablar con mi mujer y no sabíamos por dónde tirar. Al final decidimos trabajar con las abejas, que yo he trabajo alguna vez. Le dije: no tengo ni idea, pero ya aprenderemos.

P: ¿Sin saber nada, empezasteis a producir a miel?

R: Bueno, empezamos a tener pérdidas de dinero por producir miel. Al principio siempre decíamos que la misión saldría mucho mejor parada si dejáramos de hacer miel y enviáramos el dinero que invertimos. Los tres primeros años fueron un fracaso, era todo inversión. Y además, como no sabíamos, nos metimos en una forma de producción, en un tipo de colmenas que era nefasto. Era muy natural, pero solo funciona en lugares donde las condiciones ambientales sean buenas; y aquí, como son muy adversas y hace mucho frío, tienes que ayudar a las abejas a que produzcan, primero más abejas para que luego puedan producir la miel. Además aquí al ser un sitio muy frío la temporada es reducidísima, dos o tres meses nada más. Entonces si no les ayudas moviéndolas es una pérdida total.

P: Habéis dicho que la inversión inicial fue grande, ¿contasteis con algún tipo de ayuda institucional, subvenciones?

R: No, nada. Llegamos a coger el modelo de colmena africano y fuimos nosotros quienes trajimos la madera y nos hicimos 100 colmenas trayéndolas desde 150 kilómetros de aquí. Acabé descomponiendo la colmena y trayendo las piezas que nos fabricaban en un pueblo de La Rioja, haciendo viajes. Lo gordo, es que después del trabajo que nos llevó fabricar las colmenas, hubo que desmontarlo todo porque ese sistema no nos servía.

P: ¿Y cómo volvisteis a empezar?

R: Pensamos: no sabemos; vamos a cambiar. Este sistema que hemos elegido que nos parece tan natural y tan bonito es pura poesía porque no produce. Así que nos prestaron 20 colmenas de un chico que tuvo miel en el pueblo y las quitaba. Nos las dejó para empezar a ver qué tal nos iba. Ahora tenemos ya en torno a las 70 colmenas.

P: ¿Por qué Sucumbíos y no otro lugar?

R: Porque mi amigo, por el que surgió la idea, nos habló de dónde venía el proyecto y contactamos con otras personas, coincidimos con el padre Pedro Luis, que es el misionero, y tuvimos varias reuniones y nos fuimos metiendo cada vez más. Al principio había unas aportaciones económicas bajísimas porque los primeros años producíamos alrededor de 200 kilos y, al siguiente año, cuando produjimos más de 300 kilos pensábamos que bajaba Dios y la Providencia.

P: ¿Cómo fue el cambio por el que pasasteis a multiplicar la producción?

R: Cuando cambiamos de colmenas volvió otra vez la Providencia a llamar a la puerta y entonces Mari Carmen, que estaba colaborando en la parroquia, le dijeron de alguien en Ezcaray que sabía mucho de colmenas y le llamamos. Era Íñigo. Le contamos el proyecto, nos escuchó, le hablamos de los fracasos y la verdad es que nos encontramos con un ángel porque, se calló, no dijo nada y al final nos llamó y nos dijo: "oye, que he decidido que sí, que os voy a enseñar". Porque claro, o te enseña alguien o no puede ser. José Manuel se había leído muchos libros, incluso se los había estudiado, pero luego ibas a trabajar con las abejas y todo mal.

Íñigo dijo que nos enseñaba y José Manuel fue muchísimos días con él a trabajar, a aprender y así seguimos. Es profesional, vive de ello y quiere enseñar. Porque los apicultores no quieren contártelo, no quieren enseñar; es un mundo tremendamente cerrado; es como si fueras a invadirlos. Íñigo se lo pensó y decidió ayudarnos primero porque creía en nuestro proyecto y, segundo, porque no íbamos a ser competidores suyos.

P: ¿Alrededor de cuánta gente puede estar colaborando con el proyecto?

R: Comprando miel hay muchísima gente que ni conocemos y colaborando en todo el proceso de elaboración, producción, etiquetado, embotado... estamos la familia y toda aquella gente que cuando no llegamos viene y nos ayuda. Alrededor de 20 ó 30 personas que si no hace falta, no vienen, pero si los necesitas no fallan. Y cuando estás agobiado y alguien viene, el agradecimiento se multiplica por tres.

P: ¿Hay alguien que les haya llamado no para colaborar comprando miel sino trabajando?

R: Sí, ha habido gente que lo ha hecho. Pero el problema es que nuestro tiempo es muy limitado y, mientras enseñamos, no hacemos lo demás. Necesitamos a alguien que venga y rápidamente sepa lo que tiene que hacer. Este verano vinieron un par de amigas a las que estuvimos enseñando y luego ya se quedaron dos o tres días, entonces ya sí que mereció la pena. Sí hay gente disponible, pero el problema es que hay que especializarlos. Yo (José Manuel) no me fiaría de que nadie viniera conmigo a trasladar colmenas, sólo de quien me ayuda actualmente porque sé que van a responder.

P: Vuestros hijos eran muy pequeños cuando empezásteis y ahora son adolescentes, ¿cómo se consigue que quieran venir aquí a ayudar a hacer miel y que no quieran estar por ahí con sus amigos?

R: Peleando, sólo peleando (risas). Pero son unos niños muy buenos, siempre están por aquí ayudando. Eso sí, cuando no hay miel también se alegran. Pero cuando nos decidimos a hacer esto, que ellos tenían 8 y 10 años, nos sentamos todos y lo hablamos. Fue un compromiso familiar aunque nadie sabíamos dónde nos metíamos. Ha habido veces que incluso hemos pensado porqué lo hicimos. No fue tampoco una imposición, lo hablamos y los niños cuando les presentas un proyecto ilusionante son manipulables; pero al menos se habló y no se impuso.

P: ¿Les gustaría que sus hijos continuasen con el proyecto algún día?

R: Por gustarte, te gusta. Pero serán ellos los que sabrán lo que tendrán que hacer. Por otro lado, tampoco sabemos dónde va a acabar el proyecto. Esto no es cerrado, está vivo; entonces esperamos que evolucione, pero esperaremos lo que el tiempo y la vida depare teniendo el objetivo claro. Porque no es un proyecto para enriquecernos, si fuera para eso ya lo habríamos dejado, con nuestros sueldos es bastante.

Siempre pienso que mis hijos ojalá hicieran algo que nos les repercutiera económicamente, que les creara problemas para que tuvieran que trabajar más por los demás, esto les haría mejores personas.

P: ¿Cómo explicaríais que merece la pena?

R: Simplemente así, diciendo que merece la pena la satisfacción que te da el ayudar a los demás. Si la gente hace la prueba, lo verán. Pero si no te decides, nunca haces nada. Pero si te decides y lo haces, irás a más porque te da muchas satisfacciones.

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