A primera vista el debate de Podemos este fin de semana era una cuestión de caras. Qué persona y qué equipo debía liderar el partido. Pero rascando un poco en el conflicto se atisba que el verdadero enfrentamiento es el de la estrategia. No se debatía el fondo pero si las formas. Y por eso creo que la victoria de Pablo Iglesias es mala para Podemos. Rectifico, buena para que el partido morado mantenga su esencia y mala para que sea capaz de lograr sus objetivos.
El debate que se vivió en Vistalegre es un debate muy propio de la izquierda; la lucha entre el pragmatismo y mantenerse fiel a sus principios mientras trata de acceder al poder. Realmente ese debate debería ser inherente a cualquier grupo político pero tengo para mí que el resto de partidos en nuestro país no tienen muchos remordimientos en traicionarse cuando el poder se toca con la punta de los dedos.
Así, el Podemos de Errejón era un Podemos más práctico, más político, más parecido a los partidos de la casta. Iglesia apuesta por mantenerse fiel, por tomar el cielo por asalto y por la calle como epicentro de la actividad. Su problema es que ese discurso tiene un tope en España que está muy lejos de llegar a ser mayoritario. Y que con esas posturas tan fijas y escoradas a la izquierda va a ser muy difícil que pueda pactar con el PSOE en un futuro. Mantenerse fiel a las ideas suele ser sinónimo de fracaso político. Y si no que pregunten por UPyD o por Izquierda Unida, que les queda más cerca.
Por cierto, que a 11 paradas de metro de los de morado estaba el PP debatiendo si militante o afiliado o si charrán o gaviota. Los populares, encantados de conocerse, desaprovechan la tranquilidad que ofrece un descabezado PSOE y un desfigurado Ciudadanos para afrontar las reformas que necesita su partido y España. No harían mal Iglesias y Rajoy en recordar que de las crisis nacen las oportunidades y de la confianza, las debilidades.