Carta de Pilar de la Viña, psicóloga clínica y vicepresidenta de Antígona
Son 17 o 19 las mujeres asesinadas desde que empezó este año. El gobierno tiene dudas sobre dos casos, el de la pequeña Aramis, un año, a quién su padre, al grito de "te voy a dar donde más te duele" la sacó de la cuna de la habitación del hospital, la cogió en sus brazos y con ella se lanzó por la ventana de un cuarto piso. Los dos murieron.
A quien iba dirigido el grito, a quien le iba a doler ese golpe, no era a la que lo sufrió en su cuerpo, a ella no parece que la tuviera en consideración como persona. A quien pretendía hacer daño era a la madre, la que, en algún momento, había sido objeto de su amor. ¿Por celos? Quizás. Pero no es tanto si fue por celos o por odio, o por venganza. Lo verdaderamente importante es que este hombre se sintió con el derecho de terminar con la vida de la que también era su hija.
El segundo caso sobre el que el gobierno duda es de María Ángeles Prieto, de 79 años y enferma de Alzheimer desde hacía tiempo. Su marido la asfixió y luego se ahorcó. En una carta manuscrita les pide perdón a sus hijos y les dice que ha matado a su mujer para evitarle sufrir y que ha decidido morir él también para que los puedan enterrar juntos, y dice que la quería mucho.
Estos dos casos me parecen paradigmáticos. Tenemos aquí a dos hombres, que por odio o por amor, deciden acabar con la vida de la hija o de la mujer, con la vida de alguien de su casa, de su familia.
Este sentirse moralmente autorizados, con derecho a disponer de la vida de su mujer, o de su hija no habla sólo de un sentido de propiedad. Más bien me recuerda al cazador que encuentra un perro maltrecho y abandonado y aunque no sea suyo, él no tiene ninguna duda de que lo mejor que puede hacer es matar al animal, para que no sufra, para que no haga daño? se siente no sólo autorizado y con el derecho a, sino casi con el deber moral de apretar el gatillo y terminar con el animal.
Hay hombres, los que matan a las mujeres, que se sienten igualmente autorizados, con el derecho a y en ocasiones, hasta con el deber moral, de terminar con la vida de una mujer. Son hombres que, al parecer, no cuentan con un dique moral de suficiente envergadura cómo para contener su impulso a matar cuando éste se presenta. Matar a su mujer, es, dicho desde la psicopatología, una conducta egosintónica: no lo tratan de disimular, ni de esconder; no se avergüenzan de ello, no se arrepienten.
Son hombres que, además, se colocan en un lugar imaginario, por encima de las mujeres, en un lugar de autoridad, de amo; el lugar que el derecho romano asignaba al pater familiae, el lugar del ha de mandar y del que tiene la responsabilidad.
Colocarse en ese lugar no le lleva a vivir preocupado; más bien le genera la sensación de que tiene más derechos, por lo que puede llegar a comportarse como un tirano caprichoso.
Entre estos 19 criminales ?presuntos- ha habido otro anciano que terminó con la vida de su mujer, enferma de Alzheimer. Ha habido también otro que se permitió segar la vida de la hija de su mujer.
La pregunta sobre por qué las mujeres se pueden dejar engañar hasta tal punto y caer en una trampa potencialmente mortal, es una pregunta personal, algo sobre lo que cada una tendrá que encontrar respuestas para poder salir de la situación de maltrato y violencia. Pero sobre este tema, nada tenemos que decir los demás. El porqué de cada mujer no añade conocimiento sobre lo más importante, por qué hay hombres que encuentran en el asesinato una solución.
Lo que la sociedad tenemos que preguntarnos es qué podemos hacer para contener ese impulso criminal. Porque si los hombres que matan a las mujeres no tiene una contención interna, tendrán que ser contenidos desde lo social.
Entre estos 18 asesinos -presuntos- por lo menos seis tenían antecedentes penales y de violencia machista contra otras mujeres, o contra la misma mujer con la que convivía. Parece que esa mochila de antecedentes pesa poco, permite vivir con bastante tranquilidad. Tres de las mujeres asesinadas tenían en vigor una orden de protección en relación al hombre que las mató. Creo que sale muy barato agredir y maltratar a mujeres. Sale también muy barato matarlas. "Yo iré a la cárcel", le decía su agresor a una mujer- "pero cuando salga tú estarás bajo tierra"
¿Por qué tanta resistencia a usar las pulseras telemáticas para controlar a sujetos que han demostrado ser peligrosos para esas mujeres? La supuesta dignidad del varón, que alegan algunos jueces para no emplear este método de control, ¿no está por debajo del derecho a la vida de la mujer amenazada?
Y ¿Cómo es que se permite a hombres condenados por el asesinato de la que fue su mujer, disfrutar de beneficios penitenciarios? Se alega que ya no es un peligro social porque no va a repetir su acción. Efectivamente, no va a poder matarla otra vez, pero la tercera parte de estos diez y ocho asesinos -presuntos- tiene antecedentes de violencia contra otras mujeres, parece que han avanzado en su deriva violenta.
Si estamos de acuerdo, y supongo que sí, en que el primer bien a proteger es la vida de las mujeres en riesgo, las medidas tendrán que ir encaminadas a tener bajo control a todo aquel con antecedentes de violencia y a qué los asesinos cumplan íntegramente las penas que les han sido impuestas El posible aspecto rehabilitador de la prisión es, desde la perspectiva de proteger la vida de las mujeres, por completo secundario. Prevenir siempre ha sido mejor que curar.
Nota de SN: Web del Ministerio sobre Violencia de Género. Recuerda que el 016 es un teléfono gratuito y profesional abierto las 24 horas del día y que no deja rastro en la factura para atender casos de violéncia de género. También la ciudad de Soria cuenta con estos recursos: