20 son ya, en este recién comenzado 2017, las mujeres asesinadas a manos de sus parejas. Un diez por ciento han aumentado las denuncias por maltrato en este periodo. La sociedad reclama más recursos para ayudar a las personas víctimas de esta lacra, porque para combatir esta sangría nada es suficiente, pero lo que da que pensar es el por qué de este espeluznante aumento de víctimas mortales y denuncias. ¿Qué está pasando, para que cada vez haya más mujeres, y en algunos casos hasta sus hijos muertos, y para que la violencia de género siga este vertiginoso ascenso? ¿Qué estamos haciendo mal, para que el problema no solo no remita, si no que se recrudezca? Quizás la respuesta, que no la solución, pase por invertir más en educación. Y cuando hablamos de invertir, hablamos no solo de dinero, sino principalmente de formación, de enseñanza, de la casa de uno, del maestro de uno, del trabajo de uno, en definitiva, de inculcar el respeto a los demás, sobre todo a las mujeres, en todos los ámbitos. Eliminar el machismo soterrado, practicado tanto por hombres como por mujeres, es fundamental. Referirse a una mujer con expresiones como "qué habrá hecho para estar ahí", "es una ambiciosa", "sacrifica a su familia en beneficio de su trabajo", "a dónde irá tan arreglada", "algo irá buscando", son frases que todos (y todas) utilizamos con cierta frecuencia, y que jamás emplearíamos para referirnos a un hombre. Es difícil condensar en un espacio tan breve, las mil cosas que se podrían hacer para combatir un problema tan grave, pero incidir en el tema de la educación me parece esencial. Más vale prevenir, que curar, y esto es labor de todos. Ni una más, ni una menos.