Plácido Verde.
Víctor Navalpotro.
Federico Elvira.
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PROVINCIA
Actualizado 18/03/2017 18:28:13

La madrileña iglesia de la Concepción Real de Calatrava ha acogido este sábado 18 el acto de apertura de la Causa de Canonización de Cipriano Martínez Gil y 55 compañeros, sacerdotes y familiares, mártires del S. XX en Madrid. Entre ellos se encuentran los sorianos: Víctor Navalpotro Hernando, natural de Conquezuela; Federico Elvira Elvira, natural de Moncalvillo de la Sierra (entonces Diócesis de Osma); y Plácido Verde Verde, natural de Nódalo.

Víctor Navalpotro Hernando nació el 28 de junio de 1880 en la soriana localidad de Conquezuela. Ordenado sacerdote en Soria en 1907, se traslada a Madrid en 1910 y es nombrado párroco de Cenicientos. En 1913 se le encomiendo la atención, como capellán, del Instituto Asilo de San José 'Las Piqueñas' en Carabanchel Alto, regentado por los Hermanos de San Juan de Dios y cuya comunidad sería también martirizada casi en su totalidad. Más tarde fue párroco de Colmenar de Arroyo y, en 1931, de San Bernabé de El Escorial. El alcalde de El Escorial lo mandó detener el 21 de julio de 1936; encerrado en la iglesia parroquial, convertida en cárcel, el 11 de agosto fue sacado de allí y asesinado en la carretera de El Escorial a Valdemorillo, junto con el coadjutor parroquial, Antolín Rodríguez del Palacio, y otro sacerdote, Arecio Mendoza García.

Federico Elvira Elvira nació en Moncalvillo de la Sierra (Burgos), perteneciente entonces a la Diócesis de Osma, el 14 de agosto de 1875. Hijo de Alejandro y Tomasa estudió en los Seminarios menor y mayor de Madrid; ordenado sacerdote en 1900 desempeña varios oficios hasta que en 1911 es nombrado párroco de Bustarviejo. Al comenzar la Guerra Civil, el alcalde de la localidad le dio un salvoconducto; el sacerdote buscó refugio en Madrid pero fue reconocido y detenido. Pidió a sus captores que, si lo iban a matar, lo llevaran a su parroquia de Bustarviejo; así lo hicieron, y lo asesinaron el 29 o el 30 de septiembre de 1936 en la carretera de Miraflores.

Plácido Verde Verde nació en Nódalo el 5 de octubre de 1873. Hijo de Calixto y Lorenza estudió en el Seminario de El Burgo de Osma donde fue ordenado en 1897. Había hecho tres cursos en Madrid mientras cumplía el servicio militar; luego obtuvo las Licenciaturas en Teología y Derecho Canónico en Burgos y Toledo. En la Diócesis de Osma ejerció el ministerio en las parroquias de Hacinas, Palacios de la Sierra y Moncalvillo, hoy parroquias pertenecientes a la Archidiócesis de Burgos. En 1918 pasa a Madrid como capellán real; en 1929 el rey lo nombra capellán del Real Monasterio de la Encarnación, donde permanece hasta su asesinato. Fue también canónigo de Santander y arcediano de Badajoz con fama de sacerdote piadoso y gran predicador. El rey Alfonso XIII le invitó a exiliarse con él pero declinó la oferta. La iglesia del Monasterio quedó cerrada al culto el 20 de julio de 1936 y Plácido se refugió en casa de una familia amiga. El 25 de septiembre de 1936 fue detenido y el 30 fue asesinado en el camino de San Fernando de Henares, en Vicálvaro.

En total son 49 sacerdotes y siete familiares asesinados junto a ellos en aquellos años de persecución religiosa en Madrid y en los pueblos de los alrededores. No son los únicos, como explica el delegado madrileño para las Causas de los Santos, Alberto Fernández Sánchez: “Hay una lista de sacerdotes diocesanos todavía en estudio que se acercan a los 400”. En los primeros meses tras el estallido de la Guerra Civil, cuando más arreció la persecución, Madrid contaba con 1.118 sacerdotes seculares, lo que supone que en aquellos meses fue martirizado aproximadamente un tercio del clero secular madrileño. Así, según explica el delegado, entre los sacerdotes del clero secular y los religiosos “es posible que pasen de 1.000 los mártires de aquellos años. Y los seglares fueron seguramente bastantes más. Nuestra intención es ir progresivamente abriendo las causas de todos ellos. Por justicia y por amor a la verdad”, confiesa.

Como señala Alberto Fernández Sánchez, “el proceso para reconocer el martirio de uno o varios siervos de Dios es ante todo un deber de justicia y de fidelidad a la historia. Hay que afirmar sin miedo y con claridad que los mártires no mueren por motivos políticos, sino por amor a la fe y por fidelidad a Jesucristo. Un amor y una fidelidad que pueden tener consecuencias en la actuación en el ámbito político”. El motivo de la muerte de Cipriano Martínez Gil y de sus 55 compañeros “no fue otro que el ser cristianos”.

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