Tal día como, el atleta agredeño lograba el mayor éxito logrado nunca por un deportista soriano; una medalla de oro olímpica. Barcelona y todo el país se rindió a su sprint final.
"Enrique, vas a ser el primer entrenador español que va a tener un campeón olímpico en 1.500 m". Con esas palabras vaticinó Fermín Cacho a su preparador, Enrique Pascual, su medalla de oro en los Juegos Olímpicos de 1992. Para eso necesitaba una carrera lenta y la de aquella tarde-noche veraniega en Barcelona lo fue. Casi 10 segundos más lenta que el record mundial que por aquel entonces ostentaba el marroquí Saïd Aouita. 10 segundos más lenta que su mejor marca persona, los 3:28.95 que lograría en 1997 en Zurich y que continúan siendo record nacional y la decimoprimera mejor marca de todos los tiempos.
Pero no aquella ocasión, el crono importaba poco, simplemente había que ser el primero en completar las 3 vueltas y medias al anillo olímpico. Tan sencillo, tan imposible. Noureddine Morceli, campeón mundial era el gran favorito, y la carrera comenzó lenta, táctica, con los grandes hombres marcándose. Cacho lucía el dorsal 404, siempre por la cuerda, siempre por el interior. De la penúltima curva el soriano salió tercero, abría carrera el keniata Chesire y nada más entrar en la última curva, Cacho se tiró, por dentro, por donde no había sitio. Chesire y Cacho se tocaron, el estadio enmudeció. No lo había pero él lo encontró. Apretó y entro en la recta en primera posición, ya con un metro de ventaja sobre sus competidores. Los cabezazos atrás eran constantes para medir las distancias. El hueco crecía y la meta estaba cada vez más cerca.
Miró una vez más atrás y ahí sí, se había ganado el margen suficiente como para celebrarlo. Alzó los brazos al cielo de Barcelona y regaló a todo el estadio un espectacular gesto de alegría que hoy, 28 años después, todavía se recuerda.
Aquel fue, como narran las crónicas, “el éxito más espectacular en la historia del atletismo español”. Se juntó todo. Era el sábado antes de la clausura de unos Juegos que estaban resultando espectaculares y era horario estelar. Era el primer oro olímpico para España en atletismo de toda la historia. Pero sobre todo era una medalla de oro en una de las pruebas más emblemáticas del deporte insignia de los Juegos Olímpicos; los 1.500 metros lisos de los juegos olímpicos. Y allí estaba un español, un soriano, un agredeño que cumplió con la promesa que había hecho a su entrenador. Un campeón olímpico de nombre Fermín y de apellido Cacho.