Artículo de opinión de María José Fuentes.
El pasado día 18 se produjo un encuentro de alumnas del Colegio Sagrado Corazón, mujeres que hacía, en muchos casos, que no se veían en 35 años y que, gracias al esfuerzo de unas pocas, se convirtió en una celebración que no sé aún cómo describir. Fue un sentimiento nuevo, algo que nunca habían experimentado, la sensación de recuperar algo que siempre estuvo ahí, pero que por algún motivo estaba perdido o soterrado.
Los besos y abrazos de la entrada, cuando cada cuál se identificaba, no acababan. La fiesta comenzó con una misa en la Capilla del colegio que las Hermanas de la Caridad cedieron gustosas, pues como dicen ellas, el colegio sigue siendo de ellas. Se desempolvaron guitarras y cánticos de antaño y por un momento todas retrocedieron en el tiempo, emocionándose hasta el sacerdote que oficiaba. El día continuó con risas, besos, fotos, comida y copas, bailes y cantes. Alegría. Cada una con sus vivencias, con el bagaje que la vida, por propia elección o por obligación, les ha ido trayendo, con momentos buenos y otros menos buenos. Es con diferencia, el acontecimiento más feliz que algunas han vivido este 2017 por ese sentimiento que flotaba en el aire, una experiencia que deberían vivir todas las personas que deseen experimentar lo que es el hermanamiento auténtico, la sensación de volver a estar con los tuyos y que no tiene que ver ni con la familia, ni con los amigos. Es un hermanamiento distinto, un vínculo invisible que te une a quien compartió tanto contigo, años y años de vivencias comunes. Es, con diferencia, lo mejor que me ha pasado este 2017. Gracias, compañeras.