Iris y Máximo ven trabajar a Alfonso, mientras elabora una pieza. /p.v.


REPORTAJES
Actualizado 17/02/2018 09:11:00

Máximo Almazán, que el pasado 25 de enero cumplió 90 años, y su hijo Alfonso, que ha asumido el relevo y la responsabilidad de continuar con una tradición de generaciones, manteniendo la alfarería familiar de Tajueco. Son los últimos alfareros tradicionales de la provincia de Soria, “cuando un taller se cierra ya no se vuelve a abrir” avisan.

Máximo Almazán Romero, Alfonso Almazán Mínguez e Iris Almazán Ondategui (abuelo, hijo y nieta) son el último ‘reducto’ de la alfarería artesanal tradicional de la provincia de Soria. “A mí me han enseñado mi padre y mi madre”, dice Alfonso mientras acaba de modelar un cacharro para guardar ajos, en el taller-tienda que la familia tiene junto a la plaza de la localidad de Tajueco.

Alfonso ha tomado el relevo a su padre Máximo, que con 90 años recién cumplidos (el 25 de enero fue su cumpleaños) todavía se resiste a dejar de sentarse en el torno y dar forma a un barro que ha sido la pasión y el sentido de su vida, además de su familia, claro.

“Yo continúo con la tradición familiar. Me he animado. Tengo dos hermanas, pero no han seguido con la alfarería. Como mi padre ya tenía montado el negocio, y yo había aprendido…, me ha sido más fácil continuar”, explica Alfonso, el último artesano alfarero de Soria. En estos meses de invierno apura la elaboración de piezas que luego venderá en verano. La asistencia a numerosas ferias, en los meses estivales, le obliga a aprovechar más el tiempo ahora.

En el taller está también su padre Máximo, que trastea preparando el barro, y su hija Iris, que no pierde detalle de lo que hace Alfonso, de la colocación de sus manos y dedos en un bloque de barro inquieto que gira, se eleva y se transforma.

Iris está “aprendiendo un poco”, pero reconoce que no ha tenido ni tiempo ni paciencia suficiente “aún”, aunque apunta que “todavía no es tarde”, cuando su abuelo evidencia con su mirada que le gustaría que continuara con la tradición de la familia Almazán.

Algo que no es fácil, porque el oficio de artesano del barro es duro. Iris, que estudia Bachillerato en El Burgo de Osma, tiene otras deseos profesionales, quiere ir a la universidad…, pero la esperanza de que a la alfarería de Tajueco le queden muchas generaciones todavía no está perdida.

De momento, Alfonso es una garantía de que hay alfarero para años, aunque las instituciones sorianas podrían ir pensando en la manera de asegurar la continuidad de la alfarería tradicional soriana, para evitar que se pierda para siempre.
Hasta 40 familias han vivido a la vez en Tajueco de esa actividad, recuerda Máximo Almazán, emblema y referencia de la artesanía soriana de la segunda mitad del siglo XX. “Mis padres, mis abuelos ya eran alfareros. No sé desde hace cuantas generaciones mi familia se habrá dedicado al barro. Del año 1700 son los primeros datos escritos que se conservan sobre la actividad alfarera de Tajueco. El Marqués de la Ensenada ya refirió que había 13 maestros alfareros en el pueblo en 1752”, apunta este veterano artesano.

“Los alfareros de Tajueco se repartían la provincia de Soria y las vecinas para vender. Se facturaba en el ferrocarril las piezas. A mi familia le tocaba ir hacia abajo, hacia El Burgo, San Esteban y Aranda. Íbamos con los burros, cinco horas de ida y otras tantas de vuelta. Yo me recorría la ribera. Me facturaban hasta Aranda la mercancía”, añade, destacando la fama de los cacharros de Tajueco.

Calidad

Señala que las piezas de otras alfarerías sorianas no valían para cocinar, porque saltaban, en una época en que la comida se hacía en pucheros y ollas de barro. Máximo Almazán dice que Tajueco cuenta con cuatro tipos de arcilla de gran calidad, más porosas y más impermeables, que mezcladas adecuadamente ofrecen una calidad óptima para las piezas de fuego, como pucheros, bandejas de asar o platos; o para las vasijas de líquidos, como botijos, cántaros o jarras.

Tajueco exportó alfareros a localidades de la provincia de Soria y de otras, donde había mercado para vender, si bien Máximo remarca -con orgullo- que muchos compraban las piezas en Tajueco, para luego venderlas.

La evolución del medio rural y su despoblación ha terminado con la actividad artesana de la alfarería, hasta el punto de que Máximo Almazán ha sido el único alfarero tradicional soriano que ha sobrevivido al final del siglo XX.

Hoy, este maestro alfarero que dejó la escuela a los 9 años para dedicarse a modelar la arcilla, menciona las docenas de reconocimientos y homenajes que le han dado en Soria y en otras muchas provincias de Castilla y León y de España, mostrando con especial cariño una foto con el Rey Juan Carlos I.

“Cuando se cierra un taller ya no se vuelve abrir”, lamenta Almazán, mientras detalla las características de las piezas que hay en la tienda -que se puede visitar-, y “que siguen teniendo un uso práctico, que no se ha perdido”. Por eso se siguen demandando, valorándose ese trabajo artesanal que requieren.

No son pocos los visitantes que preguntan y buscan la artesanía y alfarería tradicional soriana que ofrece la familia Almazán, que mantiene abierto un taller-tienda en la localidad de Tajueco. La vajilla de barro, pucheros, bandejas de asar e incluso los botijos siguen usándose.

Iris Almazán piensa que quizás, algún día, este taller familiar de Tajueco tenga que convertirse en un museo “o algo así”. Y , de hecho, muchas piezas de su abuelo ya se guardan en el Museo Numantino. Habrá que confiar que la alfarería soriana continúe, y que las instituciones hagan más caso a estas actividades y a estos artesanos. “Parece que no existimos para las administraciones”, lamentan Alfonso y Máximo.

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