Desde 1948 los conflictos mundiales han causado 52 millones de personas refugiadas. Soria no permanece ajena a esta crisis humanitaria. Unas 60 personas tramitan su solicitud de asilo entre nosotros y hoy conocemos dos casos personales. Ellos ponen voz a las cifras mientras esperan que los sorianos les traten como a vecinos.
Desde hace ya 7 años, cuando comenzó la guerra civil en Siria, la problemática de los refugiados se ha convertido en un asunto común. 5,6 millones han abandonado este país, y con él su vida, para emprender una huida sin destino cierto.
Quizás por lo llamativo de las cifras es conveniente recordar que el conflicto sirio no es el único que permanece activo en un mundo que parece estar volviéndose loco. Guerra en Sudán del Sur, en Yemen, conflicto armado en Colombia, el régimen cuasi dictatorial de Maduro en Venezuela, la violencia constante de las Maras en El Salvador, y un largo etcétera que, desgraciadamente, parece no acabar nunca. En total, a partir de la Declaración de los Derechos Humanos aprobada en 1948, los conflictos mundiales han causado alrededor de 52 millones de personas refugiadas, un dato que supera el de la II Guerra Mundial.
En España, un total de 30.445 personas solicitaron el estatus de refugiado el año pasado a la Administración, prácticamente el doble (un 96% más) que en 2016. Debido a la protección de datos es difícil conocer el número exacto de personas que tramitan la concesión de este estatus en Soria, pero entre las tres organizaciones que trabajan con refugiados en la provincia -Fundación CEPAIM, Fundación Apip-Acam y Cruz Roja- actualmente hay unas 60 personas en estas condiciones conviviendo con los sorianos.
Un número que, en la mayoría de ocasiones se queda meramente en eso, en una cifra. Hoy conocemos dos casos personales. Dos familias que han llegado hace poco tiempo pero ya ven, gracias al trabajo de Cepaim, Soria como su hogar.
El deterioro de la situación en Venezuela ha supuesto el verdadero impulso a las cifras anteriormente señaladas, según los datos de Eurostat, la oficina estadística de la Unión Europea. Uno de cada tres solicitantes de protección procede del país latinoamericano y, el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (Acnur) acaba de declarar ante las naciones de la región y del mundo la condición de refugiados de los emigrantes venezolanos.
Un éxodo que ha traído hasta aquí a M.S. y a su hija. Ella utiliza un vídeo para explicar la situación en su país. En él se narra que el hambre y la persecución política son los motivos que están detrás. Nuestra protagonista, psicóloga hasta su salida de Venezuela, nos dice que “allá es imposible comprar cosas básicas. Los medicamentos son un lujo, así que no te puedes permitir enfermar. Además, el Gobierno si no piensas como ellos te persiguen. Existen listas y, por ejemplo, si estás en una de ellas no te dejan abrir cuentas bancarias”.
Ella cumple en abril un año en Soria. Llegó aquí después de pasar un mes en Madrid, el periodo que se conoce como primera acogida y que supone el estudio del caso y el traslado a una ciudad con plazas libres. M.S. reconoce que “todo ese mes me lo pasé llorando, te quitan tu identidad, pierdes tu posición social, pierdes tu carrera, la gente no te conoce de nada y ya, de paso, tienes mala fama porque eres inmigrante. Te sientes menos que una cucaracha”. Cuando le adjudicaron plaza en Soria explica que “no quería venir porque en internet sólo encontró ruinas”, pero sonríe y añade que “en este año no he vuelto a llorar”. Ella ya ha pasado los primeros 6 meses de acogida y se encuentra en la fase de integración. Vive en un piso de alquiler y sabe que ha “tenido suerte, mi casero es muy bueno”, pero también se ha encontrado con “miradas de desconfianza y algún comentario hiriente”. Su reto es encontrar trabajo, “demostrar que soy válida“. Confía en “encontrar nuestro sitio” porque, al menos de momento, “pienso más en ganar dinero para traer a mis papás que en regresar”.
Nuestro siguiente protagonista es R.C.R, un salvadoreño que tuvo que escapar hace poco más de 4 meses de su casa por una amenaza de muerte explícita de la mara MS18. Este ejecutivo de ventas llevaba tiempo pagando un ‘impuesto’ conocido como extorsión, pero “ya no daba para más y ellos no aceptan un no”. Tuvo que salir corriendo. Vendió lo poco que tenía y cogió un avión junto a su mujer y su hija. Tras un mes en el hotel Welcome “me señalaron Soria en el mapa y me dijeron que acá hacía frío”. Los tres viven ahora mismo en un piso de acogida de la Fundación Cepaim y R.C.R. Asegura que “nos apuntamos a todos los talleres para no aletargarnos, y conocer gente. Algo que hemos conseguido”.
Sabe que puede serle muy útil a la ciudad porque “me informo y sé lo que es la despoblación, además voy a los parques y veo a un montón de ancianitos”. De momento y hasta que no cumpla los 6 meses en Soria no puede trabajar, pero es contundente: “No desespero, estoy agradecido a España por darme sustento pero no me gusta alargar la mano. Quiero darle sustento a mi familia y devolverle a Soria todo el cariño que me ha dado. Amo Soria”.