Artículo de opinión de Roberto Vega, entrenador de base, en Soria Noticias.
Una ventana abierta del Centro Cultural Plaza de los Olmos dejaba entrar el aire nostálgico de la tarde. Van llegando. La directora inicia el calentamiento vocal con acompañamiento de piano mientras la bailarina estira. Sopranos y tenores, contraltos y bajos insisten: “¡vamos a tomar el té con azúcar y limón!”
La amable luz del atardecer acompaña un trabajo de meses: “Estamos desafinando, lo canto yo una vez. Directamente al compás 5, hay que acentuar una nota. El o de la coda lleva crescendo. Vamos todos juntos un poquito antes del compás 38 y vemos el enlace. ¿Lo tenéis? Voy a ser mala y os voy a imitar. Repetimos desde el comienzo.”
Bajo la bóveda sobreviviente del Convento Mercedario, la víspera del concierto surgen nuevas inspiraciones y sonidos guturales a distintas intensidades. La directora quiere oír cómo suena y ordena desplazarse en el escenario. La bailarina ya está dispuesta y sus saltitos se sincronizan con la mirada del pianista.
A cielo abierto las golondrinas chillan con frenesí imitando al coro antes de que aparezca por el patio de columnas un murciélago nervioso como siempre.
Una última perfección: “Tenemos muchos silencios y hay que entrar muy bien.”
El 14 de julio fue una larga noche brava de coro, piano y ballet.