La opinión de Roberto Vega, entrenador de base.
El concierto gratuito en la Iglesia del Carmen tras el Pilar nos devolvió a Gabriel dirigiendo y miradas constantes de Soledad. Pero no eso sólo: calidad invertida a fondo perdido en el estudio y adaptación de partituras, ensamblaje de las voces de soprano y tenor, ensayos conquistados al ocio de flauta, chelo, chirimías, sacabuche y percusión.
Me atrevo a decir que los siete miembros son descendientes, directos o indirectos, del Oreste Camarca. No me pareció entrever al equipo directivo del Conservatorio entre el público pero sí estoy en condiciones de opinar que asistimos a un estreno musical con unas posibilidades divulgativas tremendas dentro y fuera de Soria.
El Carmen se convirtió en un auditorio del siglo XVI: ciudadanas con escapularios sobre los hombros; ciudadanos de Agost, de Educación, de Golmayo, de Calderuela y familiares cuyos rostros delataban emoción, compañerismo, asombro, complicidad, humildad; y público que tenía mucha prisa por coger asiento antes de que acabara el culto de las 19:30 y que con poco acierto lo abandonaban antes de concluir la audición gratuita. Este detalle me recordó mis diez años en el Oreste
Camarca cuando el público “entraba en las audiciones cuando quería y se marchaba cuando le daba la gana”.