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PROVINCIA
Actualizado 09/02/2020 19:16:23
Patxi Veramendi

La existencia en Tierras Altas de unas 40 epigrafías, de ellas 30 estelas funerarias de los siglos I y II, recuerda la necesidad de crear un centro de interpretación con la riqueza arqueológica de la zona. Estas estelas aportan una renovada visión sobre el mestizaje étnico y lingüístico de la Celtiberia, en las tierras ‘fronterizas’ de las sierras sorianas y del valle del Cidacos.

El origen del euskera no está en Soria. Pero la existencia de una treintena de estelas funerarias de piedra en Tierras Altas, de los siglos I y II (Alto Imperio Romano), muchas de ellas con epigrafías de nombres escritos en un proto-vasco incipiente, sí aporta datos interesantes a los estudiosos de la evolución de las lenguas vasca y clásicas.

Asimismo, esas piezas funerarias “amplían el horizonte de miras sobre la movilidad y la relación de los pueblos en la Antigüedad”, más concretamente en el límite septentrional de la Celtiberia, que conforman las sierras del norte de Soria y de las tierras riojanas del valle bajo del Cidacos y del Ebro.

Así lo valora el doctor en arqueología Eduardo Alfaro Peña, responsable del ambicioso proyecto arqueológico, etnológico y cultural ‘Idoubeda Oros’, que investiga y divulga el patrimonio integral serrano de las Tierras Altas sorianas y sus proximidades, que incluye la investigación de las estelas mencionadas, las excavaciones del ‘oppidum’ comarcal celtíbero de Los Casares (en San Pedro Manrique), o la realización de un inventario de todas las ermitas que hay en la zona, entre otras iniciativas.

Explica que la presencia de las estelas, la mayoría encontradas durante las últimas cuatro décadas, y de un valor arqueológico y cultural sobresaliente, aportan nuevos datos que permiten replantear el esquema étnico que se defendía hasta la década de 1980, que hablaba de un territorio céltico dentro del general ámbito celtibérico.

Las epigrafías de las estelas evidencian, en opinión del arqueólogo soriano, que junto a la comunidad indígena mayoritaria y dominante, la celtíbera, en las sierras de Tierras Altas también parece que convivían grupos de vascones o ibéricos, además de los romanos que iban imponiendo su presencia y asentamiento en esa época.

Considera que esta circunstancia poblacional es lógica, teniendo en cuenta que la ganadería era una actividad económica fundamental. Es razonable que algunos pobladores de la zona riojana del Bajo Ebro subieran a las sierras sorianas próximas, donde encontraban un pasto muy rico y fino, en los entornos de Montes Claros y Sierra de Alba, por ejemplo.

Cabe pensar que existiera un ‘mestizaje’ étnico que, seguramente, compartiera el hecho de servir de parapeto indígena ante los romanos, a modo de franja fronteriza entre Numancia y el fondo del valle del Ebro, donde se asentaban las legiones romanas, señala.

200 AÑOS DESPUÉS
Este contexto histórico explica la presencia onomástica vascona en Tierras Altas, pero ¿por qué las epigrafías se han encontrado en territorio soriano, y no en otros lugares como el propio valle bajo riojano del Ebro, las provincias del País Vasco o Navarra? Tan solo se conocen varias encontradas en Calahorra, la localidad navarra de Lerga o en Guipúzcoa.

Las investigaciones apuntan a que el origen del euskera parece que hay que buscarlo al norte del Ebro, más concretamente al norte de los Pirineos (el llamado vasco aquitano), según indica Alfaro Peña, que aclara que no es lingüista y que, por lo tanto, no es un experto y solo traslada lo que otros estudiosos le han contado.

Dice que se pensaba que el uso del vasco en el sur del Ebro respondía a una euskaldunización tardía, también con el avance de los cristianos y la repoblación medieval con gente del norte, con vizcaínos, guipuzcoanos o navarros. “Pero las epigrafías de Tierras Altas de los siglos I y II demuestran que la presencia del euskera y de los vascones estaba desde antes”, aclara.

La ‘supervivencia’ de las estelas funerarias de piedra encontradas en la provincia de Soria se debe a la escasa presión humana que ha habido en Tierras Altas en los últimos 2.000 años. Además, a la ya de por sí escasa población de esta zona de Soria, hay que añadir la marcha de miles de personas entre las décadas de 1940, 1950 y 1960, que agravó la despoblación y el abandono de los pueblos.

Precisamente, fue con la vuelta de los emigrantes -a partir de 1970- cuando se empezaron a descubrir muchas de las estelas funerarias de piedra. Las obras de rehabilitación de casas como segunda vivienda, o la mejora de los pueblos propició que fuesen apareciendo esas piezas, que se habían utilizado en diversas construcciones públicas o privadas, conservándose a lo largo de los siglos sin graves deterioros.

Las inscripciones, escritas en latín, aportan nombres (el de los fallecidos) de un origen indígeno distinto, como el vasco, con términos y desinencias propias del antiguo vasco aquitano. Además, hay otras palabras de procedencia celta o íbera.

EL EUSKERA MÁS ANTIGUO, PRESENTE EN TIERRAS ALTAS
Resulta muy llamativa la epigrafía que aparece con nombres vascos, en el euskera más antiguo. Uno de los fallecidos que aparece en una estela es Antestius (indica la familia) Sesenco (nombre procedencia vasca). También hay una mujer llamada Oandissen; o puede leerse Udano o la palabra ‘lesuridantar’, con una desinencia de origen aquitano.

La exposición realizada el pasado verano en Santa Cruz de Yanguas sobre las estelas, ha reavivado el interés por este singular patrimonio arqueológico y lingüístico, muy especialmente en el ámbito vasco, ya que muchos medios de Euskadi y Navarra se hicieron eco de la muestra. Desde entonces, numerosos etnólogos, investigadores y lingüistas vascos y clásicos han querido conocer esas epigrafías.

Eduardo Alfaro menciona la reciente visita de Joaquín Gorrochategui Churruca, miembro de la Real Academia de la Lengua Vasca, y responsable del Instituto de Estudios Clásicos de la Universidad del País Vasco. También ha estado en Tierras Altas el profesor Gómez Pantoja, de la Universidad de Alcalá, autoridad nacional en epigrafía clásica.

“Además, vinieron a la exposición muchas personas que no quisieron perderse la muestra. Interesados en el euskera, políticos, vascoparlantes y vascos, en general, sorianos -claro- y de diversos lugares de España. Tenemos un patrimonio arqueológico importante, que tenemos que poner en valor. Si se ha mantenido por la despoblación, ahora tiene que ser un recurso para mantener vivos nuestros pueblos y luchar contra esa despoblación”, remarca.

CENTRO DE INTERPRETACIÓN
Y es que Tierras Altas tiene muy claro que las instituciones provinciales y la Junta de Castilla y León tienen que apoyar, sin demorarse, la creación de un museo o centro de interpretación que coordine e impulse, para el turismo, el rico patrimonio arqueológico, natural y cultural de estas comarcas sorianas.

A las estelas funerarias y las excavaciones arqueológicas de castros celtíberos como el de Los Casares, se suma la ruta de las icnitas de dinosaurios, el Paso del Fuego de San Pedro Manrique, la tradición de las móndidas, el recuerdo muy presente y vivo de la trashumancia, la espectacular colección artística de la Fundación Vicente Marín de Bretún, los tapices renacentistas de Oncala, los propios pueblos serranos, la agreste naturaleza con joyas como el acebal de Garagüeta o el hayedo de Diustes.

Eduardo Alfaro insiste en que el valor y la riqueza de las cuarenta piezas con epigrafías encontradas -varias de carácter antropomorfo- merece “que se puedan conocer”, y afirma que las instituciones han acogido con “voluntad” su musealización, para lo que se cuenta con la buena predisposición de los propietarios de las piezas, que también quieren colaborar y apoyar a Tierras Altas.

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