Un artículo de José María Aceña
La Casa de Soria en Madrid, de todos los sorianos, está a solo 30 metros de la orilla este de la emblemática Puerta del Sol. Y ha resistido los zarpazos de muchas borrascas durante los más de 45 años de su existencia. Si hasta ahora ha permanecido imbatible, ha sido gracias a la sencillez y la probidad tan típicas de las tierras y las gentes sorianas, de las que derivaba su increíble fortaleza.
En ella he vivido como socio desde el tercer mes de su existencia, y en ella estuve, con gran honor, como su presidente desde el 26 de febrero de 2012 hasta el 30 de enero de 2016. Hasta hace pocos años no le faltaba nada, más tampoco le sobraba nada, siempre simple y austera, hueso y piel, puro espíritu.
El traspaso de la propiedad de la Casa desde los socios a la Diputación Provincial fue el final de otra de tantas borrascas. Más se abrieron las compuertas ante los envites del agua, y nuestra Casa quedó lavada y en plena propiedad de nuestra Diputación: compra-venta en escritura pública del 20 de octubre de 1994.
Pero estamos en 2020, en el día 26 de enero, a las 19:00 horas de la tarde. Y al ver con cuanta facilidad se nos ha echado encima y ha arrasado el litoral de nuestra Casa la última gran borrasca, estoy todavía temblando.
Estatutos, procedimientos, voluntades, conciencias, han saltado por los aires. Son tan débiles que los han arrasado la prepotencia, el despilfarro y la codicia humana. Me explico con menos literatura. Estamos enzarzados en la asamblea general y en el punto quinto del orden del día: elección de cargos de la Junta Directiva.
Se advierte en el primer punto que las candidaturas se habrán presentado con ocho días de antelación, es decir, hasta las 20:30 horas del sábado 18 de enero. Pero a la hora del comienzo de la asamblea no hay candidaturas, y en el mismo acto se arma una candidatura y se vota sin ver sus nombres, sin estar expuestos ocho días en el tablón de anuncios como dicen los estatutos, sin nada.
Prepotencia total, sin guardar las formas, sin cumplir con los estatutos. En fin, pura incultura, puro pucherazo. Cómo recuerdo ahora aquella casa humilde, tan limpia, tan natural, tan íntegra, tan honrada, como es el proceder de casi todos los sorianos...