CAPITAL
Actualizado 20/05/2020 22:55:59

Volver a disfrutar, dos meses después, del más emblemático manjar soriano es una sensación indescriptible. Dos magníficos ejemplares de Torrezno de Soria me evocaron tiempos mejores.

Basada en una historia real. El torrezno es un elemento básico no ya de la gastronomía soriana sino del acervo social de esta tierra. No hay vermú que se precie donde en alguna ronda no caiga uno “para picar”, no hay barbacoa con los amigos sin panceta y no hay vista de los foráneos a Soria que no incluya como punto obligatorio probar el Torrezno de Soria. Se habrán dado cuenta ya, y si no piénsenlo, que el torrezno es un producto gastronómico de sociabilización, que se consume mayoritariamente en grupo.

Este que escribe, que tiene estómago de rudo leñador pese a pasarse el día sentado delante de un ordenador, antes de que todo esto empezase, en la añorada vieja normalidad, solía catar al menos un par de ellos por semana. Pero desde que comenzó el confinamiento ese consumo se redujo a cero. Miento, un día lo intenté en casa, pero el resultado fue tan desastroso que de hacerse público Juanjo nunca más contaría conmigo para ser jurado del Mejor Torrezno del Mundo.

Pero hoy no vengo a hablaros del mejor torrezno del mundo sino del mejor torrezno de mi vida. Seguramente no fuera el que contase con una presentación más cuidada, ni el más crujiente, ni el que mejor proporción de grasa y carne guardaba… pero en nuestra mente subjetiva nada hace más que apreciemos algo que haber carecido de ello.

Por eso cuando vi que la Taberna Mercedes volvía a la actividad y que se podían pedir torreznos supe que debía hacerme con uno de ellos. Me daba igual a recoger que para llevar a casa, para el almuerzo que, para la cena, en solitario o para disfrutarlo con – como se dice ahora- mis convivientes.

Finalmente me dispuse a hacer el pedido. Fue una cena. Cualquiera que haya tenido la desgracia de cenar conmigo alguna vez (no por el acompañamiento, que es magnífico, sino por la odisea que supone pedir fruto de mis alergias y mis gustos peculiares) sabe que hay dos elementos que nunca fallan: el pollo (en este caso unas alitas deshuesadas) y las patatas (en este caso unas bravas con kimchie y ali-oli). Junto a ellos, sí, los torreznos.

Asique me acerque al polígono a recoger mi pedido, aprovechando las horas que Pedro Sánchez nos deja para pasear, y allí estaban ellos. Dos magníficos ejemplares de Torrezno de Soria, metidos en un curioso cucurucho de cartón, a modo palomitas, castañas o churros, que me evocaron tiempos mejores. Tiempos pretéritos y espero que también tiempos futuros.

Ah, y, por cierto. ¡Qué idea esa de los cucuruchos de torreznos! Si en la puerta del Sol de Madrid se pagan 7 euros por un cutre bocadillo de jamón no entiendo por qué no estamos vendiendo allí cucuruchos de torreznos como locos.

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