Artículo opinión de Roberto Vega, entrenador de base.
Lector, retrocederás a la fuerza al 7 de marzo. El Campeonato Regional Escolar de Cross en Tordesillas con el descubrimiento de un Duero tres veces más ancho que el que nos mece en el Sotoplaya sirvió para convivir y aprender a comportarnos: aún queda mucho. Con la participación al día siguiente en la primera jornada escolar en la pista de Los Pajaritos se fraguarán más de tres meses de guerra biológica y dialéctica absurda entre políticos españoles. La voz del juez principal, Chuspi Díez, voz autorizada y evocadora de otros tiempos atléticos nos aupaba del cansancio de ayer en Tordesillas y de una amistad escolar recién estrenada: ¡qué orgulloso me siento de haber sido testigo de tal recompensa inmaterial!
Pero todo se desbarató a partir de este momento. El 16 de marzo nevó y hubo que improvisar una primera línea de batalla con una retaguardia coordinada u organizada. Dejaron de realizarse entrenamientos, jornadas; las personas se contagiaban y morían. ¡Menudo desastre cruel! Todos los alientos se desvanecieron, exceptuando aguante y coraje.
Para sobrellevar el enclaustramiento e iniciar otra semana más del Estado de Alarma por COVID-19 me evadí leyendo y transcribiendo literatura de viajes como la de Alfredo Vallejo por el Camino de Santiago. También durante estos meses el pasillo de casa me estaba sirviendo para comprender de Biología, de diálogos que construyen poco, de lucha cruel sanitaria, de órdago humano para no bajar la guardia. Mi pasillo susurraba unas cosas…
En esos días escuché música de Aute; los jardineros no venían, no pasaba gente; participé online en actividades de la Escuela de Artes y deportivas de Orientación; encontré vida más allá de los cristales y reinventé, como otros, nuestras ambiciones y nuestros miedos.
Inaugurados quedan mis renglones.