OPINIóN
Actualizado 30/07/2020 11:23:54
Carlos Castro

Carlos Castro, hombre de campo, reflexiona sobre la modernidad y la tradición, el campo y la empresa, los cerdos y las iglesias.

Todos los pueblos tienen una, destacan en lugar privilegiado normalmente en lo más alto y el pueblo se distribuye a su alrededor, las pequeñas callejuelas y plazuelas forman laberintos más o menos irregulares, cuesta arriba o abajo en función de la suerte de la orografía del lugar. No le busquen la entrada en el norte, porque en esta Soria nuestra todas están orientadas y construidas de forma similar, la cabecera con el ábside orientados a la salida del sol al Este, y los pies de la nave al Oeste. No es casualidad que la entrada al edificio y el atrio, normalmente perimetrado por un muro donde se reúne el pueblo en la previa de los oficios, busquen el resguardo del norte.

El tamaño y el poderío del templo estaba relacionado con el número de fanegas de tierra que alcanzaba su término, normalmente solía ser la distancia que podía caminar una caballería de ir y volver en el día a arar la tierra. Las hay en zonas pobres de pedregales y tierra poco generosa hechas en mampostería y materiales aprovechados de ripios y pequeñas lascas. El humilde campanario sustenta las campanas en una sola pared de apenas un entramado de palos de enebro entrelazados a unas pocas piedras. Pero también las hay con el poderío de la altura en los pueblos más ricos, de naves más grandes con campanarios altivos en sillería perfectamente rectangular y tallada luciendo campanas. Solo con ver la iglesia sabías las “medias y celemines” de trigo que era capaz de producir allí una fanega.

Una fuente, manantial o río era la base en la elección del asentamiento, y a partir de ahí sus huertos. Huertos que abastecían las despensas de vegetales y productos frescos, y las apañadas patatas que tan pronto solucionaban guisos de puchero como que cocidas engordaban cerdos de matanza. Todo cerca del pueblo para ir de un boleo a regar y cabuchear los “sembrujos”. La leña era energía para todo. Cada aldea tenía su monte o repartía suertes entre los pueblos que rodean robledales y encinares.

Y así es como hemos llegado hasta lo que somos hoy con 500 núcleos de población de diseño medieval para un funcionamiento agrario o forestal que ha quedado obsoleto y, como todos conocemos, despoblada
En Cabanillas la iglesia bienconservada esta solitaria, en un llano apenas una veintena casas la acompañan, algunas ya hundidas de adobe que vuelve a la tierra. Una veintena de escaleras dan acceso al atrio donde se encuentra la puerta del templo de arco de medio punto, unos contrafuertes sujetan paredes y aparece adosada una construcción circular al campanario, dominada sobre unos llanos cerealistas y de labor. Un camino de concentración parcelaria remozado con zahorra y sin un bache te lleva al futuro. Una valla de alambrada con setos recién plantados delimita toda la instalación en una parcela de catorce hectáreas. Una serie de edificaciones bajas, naves de tejados verdes perfectamente ordenadas se distribuyen en esta pequeña ciudad para la cría de cerdos donde se puede andar con zapatos limpios y traje. Al fondo la nave de la cuarentena, donde todos los animales pasaran unos días antes de acceder a las instalaciones, los criadores de porcino hace tiempo que tienen en cuenta medidas de bioseguridad en sus granjas, por la temida gripe porcina que devasta cabañas enteras, y no permiten entrada a nadie. Los trabajadores tienen ducha, circuitos de ropa sucia, zonas de lavado… a los que ahora todos nos hemos acostumbrado.

En las grandes salas donde se encuentran los machos buscan el momento optimo para cubrir las hembras, que pasaran a la siguiente fase de gestación a otra nave impoluta, con aceros inoxidables y materiales novedosos. De ahí a la sala de partos con suelo radiante donde los cochinillos pasaran sus primeras horas. Todo perfectamente organizado de una nave a otra con una zona de baño y lavado de los animales con micro aspersores.

En fin, la modernidad a tan solo unos pasos de la antigua iglesia que aparece ahora mucho mas antigua al lado de estas instalaciones que han conseguido abrirse paso en una zona donde no había nada. Y ha bastado con la ilusión y emprendimiento del soriano José Antonio de Miguel para poder hacer unas instalaciones donde acabaran trabajando 20 personas que, esperemos, que sigan cuidando de la iglesia.

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