OPINIóN
Actualizado 24/02/2021 14:19:34
Alejandro Ramos

Artículo de opinión de Alejandro Ramos, profesor universitario y secretario de NNGG Soria

Ninguna persona que verdaderamente defienda el medio rural y la naturaleza, podría desear la desaparición total del aullido de un lobo rompiendo el silencio de una noche cerrada, ni tampoco el tintineo de los cencerros al paso del ganado. Si bien es cierto, desde hace unas semanas, se ha dado el primer paso, desde el Gobierno, para que este segundo sonido esté cada vez más cerca de su desaparición.

Por un lado, desde el punto de vista político, resulta injusto e insolidario, que territorios como Canarias, Baleares o Melilla, que lo más cerca que han visto a un lobo ha sido a través de un documental, hayan tenido el mismo peso en la decisión final que comunidades como Galicia, Cantabria, Asturias o Castilla y León, donde se encuentra el 98% de la población lobezna de nuestro país.

Por otro lado, habría que recordarle a la señora Teresa Ribera que el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico se creó, fundamentalmente, para combatir la despoblación de personas y no de animales. Y puestos a declarar al lobo como especie protegida, ¿por qué no empezamos a considerar la ganadería como una actividad en peligro de extinción? De hecho, si no se va a permitir controlar la población de lobos, porque va a dejar de ser una especie cinegética, ¿alguien le puede explicar, quién se va a arriesgar a tener ovejas, cabras o vacas que puedan pastar libremente por los campos de nuestros pueblos?

Está claro que con esta medida, la ministra ha enseñado la patita ecologista. Pero no tendría que olvidarse que la ganadería no solo es un factor de sostenibilidad ambiental, sino también una herramienta que permite el arraigo de personas en un territorio y, por tanto, la lucha contra la despoblación.

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