Artículo de opinión de Roberto Vega.
Con la luz natural de junio no encendemos tanto las lámparas pues su pureza nos permite ignorar la electricidad que conlleva no sé cuántos impuestos añadidos para mayor gloria de quien dirige este país llamado España.
Un martes por la tarde me comunican que el pinchazo de la primera vacuna anticovid19 será el próximo domingo antes del mediodía. Pero no, no me preguntéis qué vacuna me pondrán de todas esas que ya se están administrando en nuestro país.
Esta tierra nuestra es buena para criar descendencia. Se forman en la enseñanza pública y, luego, vuelan a las universidades allende nuestras fronteras. La realidad universitaria está condenada a una reconversión absoluta y el transporte público con el que volar sentenciado de muerte en este vacío insondable llamado España.
Las tierras de Pinares actúan como un imán porque sus aguas son ferruginosas. Conozco un camino que arrancando de zona recreativa, se escapa. Al recorrerlo llama la atención una flor múltiple acampanada, violácea y sostenida en la roca embellecida de musgo que no apreciamos en las carreras de orientación.
Leo y escucho muchas definiciones de Cataluña. Escojo la de mis padres y abuelos que es coincidente: emprendedora y egoísta. Tras más de cuarenta años de consenso, algunos políticos catalanes de orígenes diversos negocian que son superiores al resto de españoles (el “nadie es más que nadie”: ¡menuda ilusión, don Antonio!). He estado con J.A. Diago y J. L. Carazo respirando balompié iniciático: las chicas atacan, defienden y meten golazos. El entrenador de porteros ata cordones, corrige defectos y afianza talentos. Este entrenamiento ha sido toda una esperanza. ¿Cómo serían aquellos encuentros intelectuales en la taberna de Calatañazor, pradera de Valonsadero, o determinado despoblado de la España Vaciada?; quizá la presentación de la biografía de Avelino Hernández en el Casino sea una pizca de muestra. Me conmueven las cartas como la de Martín Zamora.