Artículo de opinión de Roberto Vega.
Juan Izuzkiza es de mi quinta. Me importa leerle versando de Filosofía sobre lo bello que es verdadero y bueno. Compré este libro para regalárselo a una maestra excepcional y ahora quiero honrarlo con esta apasionada.
El gusto por hacer las cosas bien hechas viene de casa y no tengo dudas que se va moldeando en los inmensos años formativos de escuelita infantil: educación infantil, primaria, secundaria, bachillerato, formación profesional y universidad. Y sí, estoy insinuando que los mejores años para formarse son estos. Cuando alguien de segundo de bachillerato (da igual la CC.AA.), preparando esa prueba tremenda que algunos conocimos como Selectividad, hace como que lee La Casa de Bernarda Alba y desconoce el nombre del autor (Lorca) superando la tremenda prueba, ¡eso sí!, pienso que el nivel educativo contemporáneo está por los suelos.
Juan muestra caminos por lo que desde la primera página, no exagero, regresarás al COU volviendo a mover ese monumental músculo que todos tenemos encima de los hombros. También sabe de sobra que toda la comunidad educativa es necesaria si se quiere llevar a buen puerto el proyecto educativo; por eso digo que cuando a comienzos de los años 2000 a un colegio de una sola línea, que conozco, el Ministerio le concedió el premio a la Excelencia Educativa tras realizar una inolvidable entrevista al AMPA quien mostrara orgullosa su labor, comprobable, de los últimos cinco años uniendo a las familias y preparando-ejecutando variadas actividades extraescolares… ¡Tamaño esfuerzo recompensa!
Desde la primera página me ha atrapado esta lectura de verano que, tal y como advirtieran mis escasos maestros, qué bien sabe. Porque mirar para otro lado ya no nos sirve; porque a quien se preocupa por mostrar caminos hay que llamarle Maestro como a Aristóteles: “todos los seres humanos desean por naturaleza saber”. Y continúo con esta lectura.