Una buena parte de la superficie del río se mantiene helada por las bajas temperaturas.
Aunque el sol de estos días en la capital es generoso mientras se mantiene durante el día, su ausencia lleva a que las temperaturas desciendan de manera consierable. Es lo habitual a estas alturas de enero en la ciudad, como en toda la provincia.
El frío intenso se hace notar en el Duero, que ofrece una estampa helada en su superficie, haciendo que parezca un espejo vidriado, reflejando las orillas a su antojo, con la subjetividad que hace cada pintor al crear sus cuadros.
Sin embargo, el habitualmente silencioso cauce a su paso por la ciudad, sobre todo en el entorno de la ermita de San Saturio, estos días se ausenta en breves instantes, al producirse estruendosos crujidos por la rotura o el encaje de las distintas placas de agua helada. Unos sonidos que se multiplican y amplifican por el eco y que, en principio, pueden sorprender a buena parte de los paseantes que a centenares, caminan por las orillas cada día.
Paisaje visual y sonoro desacostrumbrado que bien merece una visita.