OPINIóN
Actualizado 02/03/2022 17:36:00
Tribuna de invitados

Enrique Rubio, desde Berlanga, reflexiona sobre uno de los estandartes de la economía soriana.

Debe de haber una siniestra leyenda que circula por ahí, diciendo que Soria se cubre en invierno bajo siete mantas y cuando se esconde el sol hibernamos como osos, o como el recordado lirón careto de Félix Rodríguez De la Fuente en lo más profundo de su madriguera, mientras que fuera todo es frío y desolación.

Haciendo caso a esa incierta creencia, hace un par de meses contactó conmigo una periodista madrileña interesada en conocer nuestra provincia, a productores locales de ganadería, agricultura o artesanía, así como lugares singulares. Pero tendríamos que esperar hasta que pasara el invierno...

No ha habido que esperar a la primavera, pues dejó un resquicio de duda haciéndome la pregunta de si yo pensaba que ese podría ser un buen momento. De inmediato lo aproveché para decirle que en Soria vivíamos todo el año, y que la esencia de la Soria auténtica la podía encontrar perfectamente en el mes de febrero.

Dicho y hecho. Así lo planeó y aquí se plantó.

Recientemente ha visitado en nuestra tierra a varios productores y algunos lugares singulares.

Ni que decir tiene que ha quedado tan sorprendida como encantada.

Empezó su viaje centrada en las tierras del sur de la provincia, y ha recorrido pueblos como Rello, Tajueco o Caracena, y lugares como Soria o Abejar.

Y como la provincia de Soria siempre sorprende, la sorprendió con un homenaje a Machado por el Centenario de su muerte, escuchando recitar poesía en castellano de Soria y con acento francés.

Sobre todo la sorprendió con algo que no esperaba, como ha sido la reciente edición de la 19ª Feria de la Trufa (aunque ya venía avisada), que volvía otra vez por sus fueros, después de sobreponerse al paso desolador de la pandemia.

Nunca me lo había planteado. Pero mientras disfrutaba de cada uno de los puestos de la feria de la trufa me di cuenta que este producto natural es, en sí mismo, una metáfora de la provincia de Soria.

Crece de manera oculta, a tan solo unos centímetros de la superficie, pocos, pero los suficientes como para tenerla que buscar de exprofeso. Al igual que la trufa, es muchas veces un buen amigo quien nos la descubre.

Por si fuera poco, este producto se impregna de toda la intensidad del sabor de la tierra que los guarda. Una tierra en la que todo tarda en crecer, pero regala matices plenos durante mucho tiempo.

Normalmente crece asociada a un árbol duro cuya madera ha dado calidez a muchos hogares.

Y en lo que antes eran hogares y ahora son fogones, llena Soria con una explosión de la máxima expresión culinaria a lo largo y ancho de la provincia.

No han de venir cocineros del otro lado del Pirineo para dar lecciones de cómo cocinar con ella (aunque aceptamos sugerencias y aprendemos de las críticas). Por suerte, vendrán. A cocinar durante las jornadas de ‘Cocinando con trufa’ este producto estrella, que aquí alcanza altísimas cotas de calidad, aunque todavía esperando esa Marca diferencial de garantía que le dé el espaldarazo definitivo, posicionando a la Trufa de Soria en el lugar que merece. Mientras tanto, siguen al pie del cañón truficultores y empresas que innovan con perlas de trufa, quesos trufados, sales, mieles y hasta patatas fritas sorianas que son auténticos monumentos culinarios.

Son muchos ya los años que hace que las probé de la mano de Carlos de Pablo, en el restaurante al que tanto debe Berlanga de Duero. Cada vez que ahora la degusto, sigo recordando aquel momento.

Sorprende. Soria siempre sorprende por lo intenso, auténtico e inesperado.

Soria misma. Soria pura.

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