La Coral de Soria dio por terminado el Festival de Canto Coral con su interpretación del Requiem de Mozart en la Concatedral. La obra fue dedicada a las víctimas de la pandemia.
Se acercaba el final del Festival de Canto Coral. Una actuación era todo lo que faltaba para ponerle el broche final a esta décima edición del certamen después de dos años silenciados por la pandemia. A pocos minutos de comenzar, la Concatedral de San Pedro se llenó de melómanos en busca de disfrutar de una de las mayores obras de la música clásica, una de esas que son inolvidables cuando se escuchan en directo. Este histórico edificio fue el escenario perfecto para disfrutar del 'Réquiem' de Mozart, que inundó la concatedral de recuerdos y emoción.
"En homenaje a los que ya no están", podía leerse en el cartel. El réquiem, dedicado de por sí a aquellos que nos han dejado, resonó especialmente cercano después de la crudeza de estos dos últimos años. Tras la dedicatoria inicial, la Sociedad Handel y Haydn y la Coral de Soria comenzaron a entonar más de cuarenta minutos de música sin apenas pausas entre partes.
El contraste entre los bajos de los trombones y los claros agudos de los violines en el fragmento orquestral inicial del 'Introitus', combinado con la primera intervención del coro, sumergió a todos los asistentes en una suerte de trance que no se rompió hasta que finalizó la obra. Durante el esperado 'Dies Irae' el conjunto transmitió a la perfección el vigor y la fuerza que demanda esta pieza, la sensación de estar dentro de ese dramático relato del Apocalipsis, incluso sin la necesidad de entender el texto en latín. Todo enmarcado por el retablo de San Nicolás, que lucía imponente detrás de los músicos.
La limpia y cuidada progresión ascendente del 'Lacrimosa' dio comienzo a uno de los momentos más emocionantes del concierto, terminando con esa cadencia final que parece más bien un principio. Los agudos del 'Benedictus', de la mano de los solitas, parecían obligar al espectador a dar un paseo con la mirada por los techos de la concatedral y hacían entender a los asistentes la importancia de escoger el escenario adecuado.
Cada réquiem cuenta la historia de su autor y el conjunto madrileño-soriano supo transmitir a la perfección la de Mozart, un artista que se iba demasiado pronto, quizás porque lleva un tiempo siendo algo demasiado común. Irónicamente, Mozart falleció antes de poder terminar su obra, sin llegar a escuchar esos acordes finales del 'Communio' que ayer en la Concatedral dejaron lágrimas de emoción y hasta sonrisas de incredulidad entre aquellos que no terminaban de asimilar el espectáculo que acababan de presenciar. La ovación puso en pie a todos los asistentes y acercó más al tumulto a todos aquellos que no habían conseguido encontrar asientos. Aunque quizás, los más afectados eran los propios músicos, conscientes de acabar de rendir un gran homenaje a los que más lo merecían.