Desde Berlanga, Enrique Rubio para Soria Noticias.
Diciendo que la provincia de Soria tiene un patrimonio natural ingente quizá nos quedaríamos escasos. Según las estadísticas son 6892 árboles por habitante los que atesora nuestra tierra. Cifra que se va incrementando, entre otras cosas, porque cuantos menos somos a más tocamos...
Desde los icónicos Pinares de Urbión que dan nombre a una comarca entera, con fuerza suficiente para romper con sus raíces la frontera con Burgos, a los Pinares Bajos, que con su explotación resinera lograron, en la época de esplendor de este producto, ser motor económico de pueblos como Bayubas de Abajo o Tardelcuende.
No se entendería Calatañazor sin sus enebros y sabinas, ni Valderromán sin las encinas, pese a los estragos que les causó la nieve.
Enebros, choperas, robledales, sabinas, hayedos, encinares o los acebos que se extienden por el norte de la provincia hasta formar el monumento natural que supone el acebal de Garagüeta, de cuyos cotizados troncos, entre otras, salieron las carpinterías del palacio de Carlos V en Granada y que sirven de refugio a la cada vez menos extensa ganadería extensiva, la cual desarrolla una labor de limpieza imprescindible, no superada ni en eficacia ni en rendimiento por ningún otro método.
Cobijan gran diversidad de especies cinegéticas que suponen un atractivo y al mismo tiempo que revulsivo económico para muchos de nuestros pueblos.Acompañan en el paseo literario de la leyenda Alvar González desde la Laguna Negra hasta sus esponsales en las tierras de Berlanga. Fueron el cuartel general de una carretería que hasta nuestros días trae sus tradiciones. Encinas para peines de campanas, olmos en vigas de lagares y hasta barcos de la malograda armada invencible española.
Si algo caracteriza a las personas que habitamos el entorno rural es el vínculo creado con la naturaleza. Una naturaleza que las altas temperaturas la hacen vulnerable. Unas temperaturas que ponen en peligro nuestro entorno.
Un entorno que sin lugar a dudas es el pulmón de España. Donde empresas de las ciudades que recibieron a los nuestros en la diáspora, purgan sus pecados en forma eliminación de huella de carbono. Cada vez que tañía a incendio la campana de cualquier iglesia todos los lugareños acudían, acudimos para tratar de sofocarlo.
Todos los incendios tienen muchos culpables, el primero la falta de lógica para conseguir la prevención. Pues aquí, al contrario que en casa, no es más limpio el que menos ensucia sino el que más limpia. Como antes comentaba la ausencia de ganado pastando hace que se acumule una gran cantidad de material fácilmente inflamable, tanto en lugares arbolados como en praderas.
Hablando con Raúl González un ganadero amigo, comentábamos las dificultades e incomprensión que muchas veces el sector sufre para emprender a causa del desconocimiento administrativo de la realidad rural. Lo cual hace que cada día sean menos los rebaños de ovejas, vacas y sobre todo cabras que limpian nuestro entorno y por ende sirvan como medio de vida habitantes de nuestros pueblos.
No cabe ninguna duda que cualquier agricultor lo último que desearía es provocar daños en el entorno que supone su medio de vida. Y, aunque hay imprudentes que deben enfrentarse a sanciones, son muchos más los que cuando vienen mal dadas no dudan en enganchar los aperos para ponerse a disposición para crear cortafuegos donde se precise, en una labor que pocos reconocen.
Lo que por desgracia es cierto es que, en los casos más dramáticos, los medios se quedan cortos, por mucho que entre otros, bomberos como los de la BRIF de Lubia o los profesionales y voluntarios de los parques provinciales se multipliquen en su esfuerzo. No se puede, del mismo modo que no se puede pretender que con el presupuesto más bajo de todas las provincias se tenga que asumir la protección de la mayor masa forestal a nivel nacional, hipotecando de esta manera posibilidades de desarrollo para la provincia más desfavorecida.
No podemos ser pulmón y mantenerlo sin un sistema de ayudas reales, sin una estrategia nacional que favorezca el incremento de personas que habitamos los pueblos, pastores, resineros, ganaderos...
Por cierto, ahora que los precios del gas parecen disparados, igual es una buena idea aprovechar para limpiar los montes de ramas secas y árboles caídos. En los pueblos lo hacemos mucho. Supone un poco más de esfuerzo, pero creo que la recompensa en tranquilidad de conciencia, merece la pena. Además, un fuego de chimenea es siempre tan buen, como envidiado, lugar para las noches de invierno mientras degustamos unos hongos de nuestros bosques.