Una sucesión de varias preguntas, con y sin respuesta, sobre el presente y el futuro de estas agrupaciones vitales para la vida municipal.
Durante los meses de verano, se han sucedido las fiestas de barrio en las que las agrupaciones vecinales han ido reuniendo a sus socios, para celebrar un sentimiento de pertenencia que durante años ha sido una seña identitaria. Pero, ¿seguirá esto siendo así por mucho tiempo?
Relevo generacional es lo que falta para Teresa Gonzalo, Eliseo Gonzalo e Ignacio Gutiérrez, presidentes de las asociaciones de vecinos de los históricos barrios de El Calaverón, San Pedro y La Barriada. Durante décadas, estas agrupaciones han servido como agentes de control a la gestión del Ayuntamiento legislatura tras legislatura. Ahora, estos tres presidentes ven cómo la vida de las asociaciones por las que tanto han luchado se escapa entre sus dedos.
El número de socios no parece ser un indicador claro de decadencia. Ochocientos son los de La Barriada. En El Calaverón llegaron a sumar 700 núcleos familiares, pero entre “la pandemia, que algunos se han hecho mayores, y bajas por fallecimiento”, ahora cuentan con unos 360. En San Pedro, 240 son los vecinos afiliados, aunque cuando empezaron rondaban los 350. Año tras año, han tenido que lamentar la pérdida de muchos compañeros.
Pero lo que de verdad inquieta a estos líderes vecinales es la renovación de sus Juntas. “Se hacen socios, pero para ser uno más del bulto”, apunta Gutiérrez, presidente de La Barriada. Él lleva 31 años en la dirección y el miembro más longevo de su equipo tiene 87 años. “Cuando detallas que el asunto de la asamblea es la renovación de la Junta, se presentan el 10% escaso de los miembros. No acuden por si acaso”.
Lo mismo apunta Teresa Gonzalo en el caso del Calaverón: “Vamos nosotras y dos vecinos”. En 30 años de actividad, ella lleva más de una década presidiendo y asegura que mientras las de la Junta aguanten, se seguirán encargando. Aunque lo intentan con la gente joven, “no cuaja”, y le preocupa no encontrar repuestos para la directiva, aunque las actividades tengan éxito.
Eliseo Gonzalo, a sus 83 años, lleva en la Junta de San Pedro desde su fundación y ejerce de presidente desde hace 25 años. Para él, el problema es que nadie quiere “complicarse la vida”.
Hace 4 años, la Asociación de Vecinos de Los Pajaritos parecía estar abocada a sufrir este mismo destino. “Mi cargo viene por la dificultad de relevo generacional en los miembros de la Junta”, afirma Fernando Arévalo, su presidente. Varios miembros le animaron a asumir este cargo rebajando, a sus entonces 40 años, la media de edad del órgano directivo. Y aunque las edades de los socios también son elevadas y percibe que es muy complicado atraer a la gente joven, cree que contar con nuevas familias en el barrio les pone las cosas ligeramente más fáciles. Él renovó la Junta de su asociación, aunque parece que el éxito de estas agrupaciones no solo depende de gestos así.
“Creo que el hecho de que desaparezcan estas asociaciones por no haber relevo sería una gran pérdida para la ciudad, la participación ciudadana y la política del Ayuntamiento, porque son agentes sociales reconocidos que pueden variar mucho la política municipal”, lamenta Ignacio Gutiérrez, presidente de la AV de La Barriada. Él cree que es importante conservar el barrio y la ciudadanía, y entender y tener algo que decir sobre a dónde van los impuestos del ciudadano. “¿Quién puede demandar eso mejor que los vecinos, que saben dónde se pueden gastar, dónde se podrían invertir?”, plantea.
Eliseo todavía recuerda con orgullo cómo lograron que se urbanizara la zona del río gracias a todo lo que su asociación estuvo “dando el callo”. “El Lavadero de Lanas, estaba ya encerrado por el agua e hicimos que lo sacaran adelante, porque eso es historia. Todos los márgenes del Duero, todos los caminos, eran propuestas nuestras que se han ido realizando y muchas cosas que Soria no sabe”, asegura. En el Calaverón, los vecinos acuden en primera instancia a su asociación siempre que tienen algún problema. “En el barrio, cuando pasa alguna cosa enseguida te llaman para contártelo y que acudas al Ayuntamiento”.
Para Fernando Arévalo, una asociación puede ayudar a que un barrio tenga vida. “Se pueden conseguir cosas para el barrio y a favor de los vecinos y mejoras. Es costoso. Pero se puede conseguir”. Cree que es importante que el Ayuntamiento tenga conocimiento a través de las asociaciones de ciertas demandas o mejoras que se pueden hacer en el barrio, y se enorgullece de que, a lo largo de los años, esta eficacia haya quedado probada. “Siempre siguen quedando cosas que hacer pero en mi caso creo que en general todos lo que hemos pedido se nos ha dado respuesta.
Estos representantes consideran el control organizado de los vecinos como un paso indispensable para lograr el progreso de la ciudad. Lo mismo pensaron hace unos años varios habitantes del Centro, que sintieron la necesidad de luchar por “el barrio de todos”. Se habían producido cambios importantes en la zona, como la ejecución del parking, o la puesta en marcha del mercado provisional, sin una agrupación que pudiera presentar alternativas más favorables para sus habitantes, tal y como sucedía en otros barrios.
Esta necesidad se materializó en la asociación de vecinos Campos del Ferial, capitaneada por Luis Alberto Valtueña. Desde el principio, se toparon con un área “despersonalizada”, sin tanto sentimiento de pertenencia. Aún así, trataron de seguir luchando por que la administración entendiera el centro como una zona residencial y les tuviera en cuenta de cara a la organización de eventos, traslados de servicios, etc. Pero la ausencia de vida vecinal y la media de edad elevada de este área terminó por condenar a la asociación, que ya lleva tres años inactiva. Para Valtueña, uno de los problemas fue que “las casas antiguas no llaman tanto a la gente joven como las modernas que se construyen en el extrarradio”.
Viviendas nuevas como las de Los Royales. Este área periférica comenzó a poblarse a lo largo de la década pasada y sus nuevos residentes decidieron conformar su propia asociación, “por la necesidad que veíamos en un barrio tan joven de canalizar todas aquellas cuestiones que faltaban”, apunta su presidenta, Asunción Isla. Su principal preocupación eran los problemas de seguridad que se estaban comenzando a detectar al habitarse, prácticamente por primera vez, esta zona de la capital. Pasos elevados en zonas conflictivas o iluminación son solo algunos de los asuntos por los que esta asociación sigue luchando, gracias a la colaboración de sus socios, que ya son más de 170. Pequeños grandes pasos necesarios para completar la urbanización de una comunidad que acaba de nacer.
En casos como el de Las Casas, en la que los términos “pueblo” y “barrio” se diluyen, la Asociación es casi un pequeño gobierno. Sus moradores nacen con el espíritu vecinal grabado a fuego, y de los 300 habitantes del barrio la agrupación cuenta cada año con unos 200 miembros. “En cuanto cumplen 18 se hacen socios”, aseguran Mari Mar Romera y Ana Gema Álvaro, secretaria y tesorera del colectivo. En parte, se sienten algo abandonados porque el Ayuntamiento, a pesar de colaborar económicamente, “se centra en otros barrios”, y no en el suyo “que está un poco dejado de la mano de Dios”. La media de edad de sus socios ronda los 50 años y el relevo generacional está asegurado en esta agrupación fundada en la segunda mitad del siglo pasado. “Los jóvenes son muy colaboradores y tiran del carro”, luchando por mantener vivo un “pueblo” que ha aprendido a depender de sus vecinos.
Si lo de Los Royales fue el nacimiento de un barrio, lo del Casco Viejo fue un renacer. Hace ya una década que sus vecinos fundaron la asociación, que abarca los aledaños de la Calle Real, un área en la que durante años los carteles de “se vende” fueron los únicos habitantes de sus viviendas, sobre todo a raíz de la crisis del 2008. Aunque con la pandemia dijeron adiós, de forma temporal, a algunos socios, han llegado a alcanzar los 140. El barrio, casi al borde de la ruina, se llenó de nuevas familias. “De la Calle Real hacia arriba son todo gente joven y ya no hay casi pisos en venta”, asegura David San Andrés, tesorero. Quisieron darle una segunda vida al barrio y eso no podía separarse de la asociación.
La conclusión parece ser que no, las asociaciones de vecinos todavía tienen mucho por hacer y las nuevas familias sorianas entienden su importancia en el desarrollo de los barrios. Sobre si morirán o no las agrupaciones históricas con los últimos vecinos que las llevaron a su cúlmen, nadie puede arrojar una respuesta clara. Puede que les llegue la ansiada renovación o que, como apunta Eliseo, “algún día tengamos que cerrar el chiringuito muy a nuestro pesar”.