OPINIóN
Actualizado 28/02/2023 18:54:50
Sergio García

La carta de Sergio García Cestero, director de Soria Noticias.

La Comandancia de la Guardia Civil en Soria sufrirá una profunda remodelación durante 2024. Así lo presentaba este mes la directora general del benemérito cuerpo en las propias instalaciones. Una comandancia y una casa cuartel que, evidentemente, necesitan algo más que un lavado de cara, pues fueron construidos a comienzos de los años 60 y su última reforma data de 1986. Una inversión superior a los 10 millones de euros de los que 7,5 vendrán de los fondos europeos de recuperación y que permitirá mejorar el aislante del edificio, cambiar carpintería, sustituir el firme, poner iluminación de este siglo o crear nuevos despachos. Sin duda, una buena noticia para Soria y para la Guardia Civil.

Coincidía este anuncio con la presencia de los parlamentarios europeos que fiscalizan como estamos gastando el dinero que todos los europeos hemos pedido prestados, para ayudarnos a salir del frenazo que sufrió la economía por la pandemia. Son los denominados fondos Next Generation, que desde hacen meses tienen disparados tanto mi detector de derroche de dinero público como mi detector de oportunidades perdidas. Y coincidiendo los dos temas en el tiempo, no puedo menos que pararme a realizar una breve reflexión sobre ellos.

Los fondos Next Generation estaban llamados a revolucionar la economía española y hacerla más productiva, tecnológica y verde. En definitiva, más acorde al siglo XXI y más sostenible (no solo ecológicamente sino sobre todo económicamente) en el tiempo en un mundo donde la competencia ya es global. Una oportunidad única para repensar qué queremos ser en 20 años como país y para cambiar nuestro sistema productivo. Eran una ocasión, y tal vez lo sigan siendo, para huir del ladrillo y el turismo como motores económicos.

Los Next Generation movilizaron 724.000 millones euros cambiando el paradigma de la austeridad por la inversión, y emitiendo deuda conjunta por primera vez en la historia. Como a España el Covid afectó más que a nadie (por la importancia del turismo), a nuestro país le corresponde la cantidad más alta, 69.500 millones de euros a fondo perdido. Una cifra que ya debió traer algunos interrogantes consigo pues nuestro país ha sido, históricamente y con todos los gobiernos, uno de los más incapaces a la hora de gestionar los fondos de cohesión comunitarios. Digamos que España no es el mejor país a la hora de gestionar sus recursos, presumiblemente por el cortoplacismo de nuestros políticos, nuestra capacidad para lograr acuerdos de Estado y la altamente ineficiente atomización de nuestras administraciones, pero todo eso ya para otro día.

La cosa es que para gestionar este dinero se creó el famoso Plan de Recuperación y Resiliencia, y ahí ya la cosa se empezó a poner fea. La transición ecológica pesaba el doble en el reparto de los fondos que la educación, la formación y el I+D+I juntos. A ello se une una perversión de nuestro sistema, el dinero público hay que gastarlo sí o sí. Y eso lo sabe desde el hermano mayor de una cofradía hasta el responsable de un departamento en un instituto, si no lo gastas, lo pierdes.

Y con ese panorama, y como pensar en proyectos verdaderamente innovadores y realmente capaces de cambiar el sistema productivo no es moco de pavo, administraciones de todo nivel y color político han ido al cajón del olvido a desempolvar viejos proyectos para intentar colarlos en estos fondos. Y ahí aparece la nunca suficientemente admirada eficiencia energética para dar el marchamo Next Generation a proyectos que ni generan riqueza, ni cambian modelo productivo ni nos preparan para el futuro. Proyectos Next Generation que por no ser no son ni de este siglo. Íbamos a cambiar España y estamos cambiando bombillas.

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