OPINIóN
Actualizado 14/02/2024 08:59:28
Itziar Ortega

Bécquer nunca va a dejar de ser trendy, pero esperemos que perseguir un amor trágico y dificil sí pase de moda. En el día de los enamorados, nos planteamos cómo seguir disfrutando de nuestras obras favoritas sin aspirar a sentir y entender el mundo como lo hacen sus protagonistas.

Imagínate que eres el típico torturadito. Las chicas se pegan por ti pero tú sigues buscando a una mujer perfecta que sólo existe en tu cabeza. Así que un día en una discoteca proyectas. Proyectas tanto que ves el rayo de luz de uno de los focos y piensas: “Buah, eso en vez de una luz parece una chica perfecta, el amor de mi vida”. Y el resto de la noche te dedicas a perseguir la luz por toda la discoteca, enamorado perdido, hasta que tus amigos te llevan a casa para que tus padres lidien con tu mal viaje.

¿Suena raro? Pues a Bécquer hace 200 años no le sonó mal. Cogió este argumento y escribió ‘El rayo de luna’ con palabras mucho más bonitas y románticas, que envuelven todo en un aura de misterio y belleza -además de un giro de guion final que te deja bien loco la primera vez que lo lees-. Pero es una historia preciosa, no un manual para entender el amor por mucho que nos guste la leyenda todavía hoy y Bécquer tenga un amplio club de fans en el que me incluyo.

Siempre tendemos a pensar que cualquier época pasada fue mejor. La nostalgia es divertida pero peligrosa, sobre todo con el amor. Correr por castillos con vestidos vaporosos y pelearse con espadas suena muy guay. Pero cuando a eso, que es lo divertido, le sumas una forma de entender el amor con una gota de posesión, mucho sacrificio sin sentido, algo más de persecución, un montón de interés por buscar a una persona inaccesible y toda la dependencia emocional que puedas, llegan los problemas. El amor sano es alcanzable, no con la primera persona con la que haces match en Tinder, claro, pero tampoco es tan difícil como creen los héroes de Bécquer -sólo sus héroes, que dicen que él se ponía las botas sin preocuparse demasiado por el amor-.

Hay que entender el arte en perspectiva y las metáforas no son enseñanzas literales. Por eso tenemos que poner límites a la nostalgia, y no decir que el amor ya no existe porque no lo sentimos como lo hacían los protagonistas de las historias del Romanticismo. Porque eso es verdad. Y menos mal.

El concepto del amor que marcó este periodo y que ha trascendido a la posteridad es trágico y efímero, casi una trampa. Si es que hasta Bécquer lo pinta fatal, sus protagonistas sufren un montón. Que una chica te pida que vayas a por su pañuelo a un monte por el que pasean fantasmas asesinos es una red flag, no tendrías que hacerle caso por mucho que te guste. Mandar al pobre a una muerte segura en plan prueba de amor está fatal -y ya que estamos, mantente alejado de tus parientes para temas amorosos-.

Perseguir a una chica de noche por el río es peligrosísimo y proyectar también. Por mucho que quieras encontrar a alguien que satisfaga tu idea del amor, no puedes imponerle esa presión a cualquier persona que encuentres aunque te empeñes, porque vais a sufrir los dos. Dejarlo todo por una chica que misteriosamente puede sobrevivir debajo del agua sólo porque tiene unos ojos preciosos, no es sensato. Y por no hablar de cómo pintan estas historias el poder de atracción de las mujeres. Sí, todo esto son leyendas y metáforas, pero transmiten una idea del amor tóxica e insostenible, no lo que queremos ya para este San Valentín.

¡Feliz día de los enamorados y a querer bien y bonito!

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