PROVINCIA
Actualizado 24/04/2024 20:45:40
Itziar Ortega

Carmelo Romero novela un ensayo en ‘El fin de un mundo’, que narra el ocaso de la vida rural tradicional. Romero analiza para Soria Noticias los peligros de este desenlace y su impacto sobre la actualidad agraria y la protección de la naturaleza.

Desde un pequeño pueblo, un urbanita asiste al fin del mundo. El ocaso de la forma de vida rural que pareció inalterable durante milenios, pero que hace 60 años comenzó a morir poco a poco, sin posibilidad de salvación. Al estilo de 'Calladas rebeldías', Carmelo Romero novela un ensayo en su último libro: ‘El fin de un mundo’. Lo hace a través de las conversaciones que mantiene un escritor criado en la ciudad con Manuela y Antonio, un matrimonio mayor del pueblo que vio nacer a sus antepasados y que le muestra que, aunque mucho se ha perdido, había poco que idealizar. Con su crudeza y su humor, estos ancianos repasan temas como el franquismo, el estraperlo, "los americanos" y hasta “la desgracia de nacer mujer” en un libro apadrinado por autores de la talla de Julio Llamazares o Irene Vallejo y que ya puede encontrarse en librerías.

"Si una máquina del tiempo reviviera a personas que murieron en los años 40 y las llevaran a la época de Julio César, en una semana se adaptarían sin demasiado problema a unas formas de trabajo, de vida, de comunicación y de vestimenta similares. Pero si la máquina llevara a esas personas a la época de sus nietos dirían que les devolvieran a la tumba, porque eso ya no era su mundo”. Así lo explica a Soria Noticias Carmelo Romero, que dice querer con esta novela “paliar una deuda pendiente, pero no saldarla, con la generación de mis padres y de mis abuelos, que considero la generación más sacrificada y más creadora de la historia de España, por alumbrar un mundo diferente”.

Y es que “hemos asistido al fin de un mundo en una o dos generaciones”. En los años 60, mientras que al resto de Europa la modernización del campo había llegado "como lluvia fina", en España irrumpió como "una lluvia torrencial" tras décadas de autarquía. “La maquinaria conlleva y exige la concentración parcelaria y la reducción de brazos de inmediato", lo que vació el medio rural no sólo de campesinos, sino de los herreros, sastres o carpinteros que eran parte de su día a día. Las grandes ciudades y potencias de Europa acogieron en su industria a aquellos 'exiliados' del campo, convirtiendo a sus descendientes en "hijos de una tierra de emigrantes".

Esta despoblación deja ahora, según Romero, la naturaleza a merced de la explotación “que se ofrece como progreso”. “El capitalismo no se puede permitir tener espacios tan vacíos sin sacarles la máxima rentabilidad”, explica. Y esto se estaría “traduciendo en la expoliación de los recursos naturales que son esenciales para el ser humano”, un “bocado muy apetitoso” que tiene “escasa posibilidad de resistencia”. Cree que ahora estamos "hipotecando para el futuro" nuestros recursos naturales que son "el verdadero progreso", mientras que nuestros antepasados tenían una conexión con la naturaleza en el más amplio sentido del término: "Estamos hechos de paisaje, de naturaleza, y esas personas lo llevaban tatuado en sí mismas”.

Lo ganado y lo perdido

Esta novela le ha costado “humanamente”, porque aunque no se trata de un relato autobiográfico, “hay un recordar de todo ese mundo y en el fondo, según uno lo está pensando y escribiendo, revive a personas que hace tiempo que murieron”. Porque cada lector le pondrá una cara distinta a Manuela y Antonio. Varias, incluso. El libro es un ejercicio de memoria para algunos y un viaje de descubrimiento para otros y Romero reconoce no haberlo escrito para ninguno en concreto y a la vez haberlo hecho para los dos. “Es para generaciones más mayores, pero también para los jóvenes, porque les ayudará a conocer y aprender sobre ese mundo de sus abuelos que no han vivido”, comenta.

Sin embargo, no se debe caer en la romantización de un pasado que fue duro para quienes tuvieron que vivirlo y Romero reconoce que en sus páginas no hay “añoranza”. “No podemos edulcorarlo pensando que era un mundo de las postales de las vaquillas pastando en el campo, eso es un dibujo idílico y ese mundo no lo era. Tenía mil problemas”, explica, destacando los avances en materia económica o de libertades de la mujer. Pero es el respeto es lo que consigue que exista un equilibrio entre no pensar que era mejor de lo que era y no olvidar todo lo bueno que tenía: “Comprender un mundo es respetarlo con partes positivas y negativas. Las pequeñas comunidades en ocasiones se salvan por fidelidades campesinas, pero por otra parte también ahogan”.

Llegados a este punto, es imposible no lamentar aquello que ha llegado a su fin junto con este mundo. "El sentido de la dignidad, el valor de la palabra dada, el respeto, el poder de la autoritas frente a la potestas... Hay una serie de valores que seguramente disminuirán mucho o, en lamayoría de los casos, se han perdido", detalla. Y es que antes el ritmo de vida lo marcaban "la mula, las albarcas o las zapatillas" y no "los aviones, Internet o el teléfono móvil". Los propios objetos también eran, en cierto modo, más lentos, con arados y herramientas de trabajo que se convertían en parte de la herencia de un abuelo a un nieto y trascendían "mucho más allá de la vida de las personas". Pequeños detalles que ejemplifican el fin de un mundo que nunca debe caer en el olvido.

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