OPINIóN
Actualizado 06/06/2024 10:18:27
Patxi Irigoyen

La quinta columna de Patxi Irigoyen para Soria Noticias.

Los hechos, las ideas, y las actividades pasan de ser esporádicas a ser frecuentes. Y de la frecuencia hacemos la normalidad. Por muy anormal, o excepcional, que algo sea, llega a ser normal. Es curioso, pero no se trata sino del juego al que nos ponemos todos los días a jugar desde que ponemos un pie en el suelo. Y tenemos referencias claras: “es normal” -solemos decir- para aceptar el evento, la situación o el momento referente. Y, como es normal, nos lo comemos, convivimos con él, y por supuesto terminamos aceptándolo.

Todo termina pareciéndonos bien, o casi. Sabemos que existe la corrupción, pero terminamos aceptándola (o al menos no luchamos para que se penalice y se castigue como debe); sabemos que existe la desigualdad en mil acciones administrativas pero no luchamos contra ella (porque no interesa luchar, porque es muy pesado, o porque puede que alguna vez nosotros estemos en el otro frente); sabemos que la discriminación es un hecho pero se nos hace lejana para ir a evitarla (o incluso en algunos aspectos nos parece lógica porque nos quita algo que creemos que sea nuestro).

La guerra de Ucrania ha superado los ochocientos días. Más de dos años. Pero se ha hecho normal. Incluso podemos llegar a pensar que ya no hay guerra en aquellos territorios. Ni Rusia ni Ucrania nos llama la atención, aunque nos viene al recuerdo aquélla guerra. Ya no abren los telediarios con muertos ni con ataques; ya no hay grandes portadas en la prensa diaria con fotos de edificios destrozados y ciudades o pueblos saqueados por la salvaje acción de los ejércitos. Ya no es noticia. Y eso es normalidad. Y esto es lo habitual. Con esto vivimos de la mejor forma posible: recordando sin acciones; pensando sólo dos minutos al día.

El genocidio de Israel en Palestina está más de moda. Dado que los medios de comunicación siguen teniendo algún corresponsal en aquéllos territorios, se ofrecen noticias casi diarias sobre Gaza. Y nos sabemos el número de muertos, y el número de niños muertos entre dicha totalidad. Y se hace normal. Y se pelea en cuatro calles y dos ciudades. Y todo vuelve a ser rutinario. Nos vamos a la cama pensando la injusticia que es; nos levantamos con el tema en el olvido. Tenemos muchas cosas en que pensar: hoy, por ejemplo, he de buscar unas buenas zapatillas para estar pronto en Valonsadero.

Palestina, Ucrania, o simplemente Hispanoamérica o África, pasan al olvido cuando todo se hace rutinario. Cualquier acción de las que deberíamos avergonzarnos como humanos pasa del lado prohibido, injusto y repugnante al del frecuente, cotidiano, y en muchos casos liviano. Y no sé cómo podemos cambiar el signo. Y no veo cómo ser capaces de no cejar en el empeño de que seamos nosotros los normales -que no lo somos-, y la situación mundial cada día más anormal y por ello pelear contra esto. Estamos mejor cada uno en su casa, pero de ninguna manera podremos arreglar nada sin salir a las calles y presionar a quien, como a nosotros, lo anormal se les hace normal; rutinario.

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