Desde Berlanga, Enrique Rubio para Soria Noticias.
Hay cosas que ‘siempre’ han pasado de la misma manera, aunque no ‘siempre’ fuera así. Por ejemplo, de niño recuerdo que siempre había arroz los domingos y pescadilla de ración los viernes por la noche. Seguramente no era de este modo, pero se nos quedan grabadas algunas rutinas que solo suceden de modo aleatorio, incluso menos veces de lo que podríamos pensar. Siempre están los mismos en la salida de los toros en la Saca, aunque las caras no se repitan. Siempre es algo que sucede pocas veces, aunque lo queramos y creamos como rutina. Tal vez, por lo que disfrutamos el momento. Quizá, porque nos gustaría que se repitiera una y otra vez de manera cíclica.
De las pocas verdades categóricas que acompañan a uno siempre, podría ser la de que los pueblos se llenan en verano. Duplican o triplican su población y los abuelos hacen las delicias de los nietos y estos las de sus progenitores. Pero esto tampoco es siempre así. Tan sólo llevamos 50 o a lo sumo 75 años desde que nuestros pueblos comenzaron el amargo retroceso de la diáspora de sus habitantes. Tal vez nos parezca mucho tiempo porque desde entonces estamos tratando de revertirlo o soñando con hacerlo. De volver a sentir nuestros pueblos, nuestra provincia, nuestra Soria plena, nuestra Soria llena.
Y como ya no nos queda otra, nos agarramos a un clavo ardiendo, o más bien al primer brote de una rama, aún a riesgo de troncharla, para tratar de mantenernos en el equilibrio que supone un grado de población sostenible dentro de un mundo globalizado, que se aglutina en torno a ciudades del mismo modo que los animales más débiles lo hacen en manadas para lograr su protección en la masa mimetizante. De este modo, miramos con esperanza la oportunidad brindada por la pandemia, un momento en el que muchos giraron la vista para encontrar y disfrutar el placer necesario e inmediato que se les negaba por el encierro, viendo en nuestros pueblos la salida lógica y la vía de escape “que no sé por qué no nos habíamos decidido antes”. Y algunos vinieron a disfrutar de nuestra innegable calidad de vida. Y muchos pusimos esperanzas cautelosas en ese nuevo escenario. El teletrabajo parecía la solución y los emprendedores neorurales una evidencia. Pero quizá no estemos tan preparados para lo uno ni para lo otro de manera tan inmediata.
Recuerdo ejemplos como el de Marimar, a quien el COVID trajo de vuelta a su tierra , pero el fin de la pandemia la reclamó a la ciudad, y la firme determinación de quedarse en su pueblo ha hecho que haya tenido que cambiar de trabajo, aunque sea de momento de manera temporal sabiendo que a la ciudad se puede volver y esperando no hacerlo. O el caso de Alex y de su pareja, que regresando a sus raíces recalaron con unas perspectivas diferentes, así como unas expectativas mucho más ambiciosas dadas, quizá por una formación más científica que humanista, pero con grandes valores humanos y -sobre todo- con buenas intenciones que se dan de bruces contra realidades inmovilistas, ancladas algunas veces en la comodidad de un entorno en el que aquellos que estamos habituados nos resulta natural pero para quienes llegan a veces es hostil. Como para aquellos seres no acuáticos un baño puede resultar refrescante, mientras que permanecer mucho tiempo sumergido ahoga. Siempre pueden resultar buenos los cursillos de verano para habituarnos a los chapuzones.
Quizá, son muchos los cantos de sirena ajenos a las realidades que se hacen tanto desde la ruralidad como desde la urbe para atraer pobladores. En el segundo caso, son la inercia de la sociedad y las supuestas facilidades en los accesos a ocio y servicios. Si bien en el primero se nos muestran razones como la evidente calidad de vida, quizá falten gestos reales que acompañen a facilitar la transición de un modo de vida. Hechos palpables y definitivos más que soluciones para oportunistas. Que de todo hay. Esta claro que hacen falta soluciones de todo tipo, de ayudas al emprendimiento a realidades para hacer posible una vivienda en alquiler o propiedad, que existen, pero más cargadas de buena voluntad que de disposición presupuestaria. Las mochilas con las que se viene a nuestra provincia son de lo más variopintas, pero para todas debemos estar con los brazos abiertos para que juntos seamos nuestro futuro. Hace falta invertir en ilusión, pese a que los recursos que llegan sean los mínimos para el mantenimiento. Y que no pase siempre que antes de llegar a la paella del siguiente domingo, nos encontremos con la pescadilla de ración que se muerde la cola del viernes y los proyectos entren en un bucle sin remedio. Seamos capaces de encontrar un siempre que sea de verdad categórica. Un siempre se pueden cambiar las cosas, un siempre todo puede ser diferente.