OPINIóN
Actualizado 05/08/2024 12:38:11
Itziar Ortega

¿Alguna vez has fardado de ver alguna película que te aburrió un montón solo para intentar sentirte superior a la masa? Hoy exploramos cómo afecta el elitismo al consumo audiovisual y hasta dónde llega la libertad de los creadores para difundir un mensaje determinado cuando están arropados por un gran estudio.

‘Barbie’ y ‘Oppenheimer’, las dos grandes películas de 2023, tienen más en común de lo que parece. Esto ya lo entendieron los millones de personas que disfrutaron de los dos estrenos del verano, algunos incluso el mismo día, dando lugar al fenómeno ‘Barbieheimer’. Incluir conceptos de física y gente desnuda le valió a uno varias estatuillas, mientras que el otro se tuvo que conformar con convertir a sus espectadores en chicles de fresa y con “el cariño de toda esta gente”. Un año después, los cinéfilos más elitistas consideran ‘Barbie’ un simple pasatiempo para las girlies y las masas -algo de misoginia hay ahí-, mientras que creen que ‘Oppenheimer’ es una obra para abrir los ojos que no tiene que ver con la cultura pop. Pero nada más lejos de la realidad.

El término ‘séptimo arte’ se acuñó cuando el cine dejó de verse como ocio ‘para pobres’ y se profesionalizó. Y aunque esto aportaba al cine un gran reconocimiento cultural, muchos teóricos creen que también lo separaba de la clase obrera, que siempre había estado apartada de lo que las élites consideraban arte. La alta cultura se define como sofisticada, educada y compleja y excluye a la gente ‘común’. Se opone así a la baja cultura, que todo el mundo puede entender sin necesidad de educarse, y a la que también se llama ‘de masas’ o ‘pop’. Para mí, este último término tiene connotaciones positivas, implica un gran impacto social y cultural.

Al final, todo se democratizó y aunque los artistas tienen sus vanguardias, su innovación y su género 'indie', muy libre a nivel creativo, también existen los blockbusters de los grandes estudios, pensados para el disfrute del gran público y la recaudación en taquilla. Y para distinguirse de ‘la masa’ hay muchos que, en un ejercicio consciente o no de elitismo, se sienten intelectualmente superiores por consumir películas por caché y dificultad, en vez de por disfrute -con los que de verdad les gustan, no me meto-, entrando en este saco tanto films 'nicho' como determinadas superproducciones. De lo que no se dan cuenta es de que, en muchos casos, no están consiguiendo escapar de la masa e incluso han bajado tanto la guardia que se están tragando el discurso de la obra sin rechistar.

Al hilo de lo que planteó el teórico A. Gramsci, el ocio de masas difunde discursos que perpetúan los valores y el sistema hegemónico que la élite que lo financia quiere mantener. Por ejemplo, ‘Barbie’ transmite un mensaje sobre la experiencia femenina y ‘Oppenheimer’, sobre armamento, los dos bastante hegemónicos. Muchos creen que una película de una gran productora dejará de ser para las masas si es difícil de entender. Y aunque esto sí limitará su público, no lo hará tanto como para reducir las posibles ganancias e impedir recuperar la inversión.

¿Cómo va a ir una película que cuesta millones y millones de dólares, dirigida por un aclamadísimo nombre de la industria, en contra de la hegemonía? Spoiler: en esto del entretenimiento estamos todos en el mismo saco. Ni Nolan ni Tarantino te van a mostrar la verdad sobre el mundo en una película de 300 millones.

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