Tras las huellas de un territorio. Volumen 3


TRAS LAS HUELLAS DE UN TERRITORIO
Actualizado 31/08/2024 08:01:23
Julio Martínez

Avanzamos en el descubrimiento de la historia soriana y, después de conocer la apasionante cultura castreña, el doctor Julio Martínez Florez nos ayuda a comprender la Celtiberia. Esta etapa, anterior a la conquista romana, tiene una influencia decisiva en todo lo que estaba por venir y supuso la explosión demográfica en la geografía soriana. Un tiempo de profundos cambios protagonizados por tres pueblos que adquirieron protagonismo histórico.

La formación de los pueblos celtibéricos se sitúa en un momento anterior a la conquista romana y es un proceso difícil de explicar. Esta denominación de ‘celtíberos’ fue acuñada por Quinto Fabio Pictor, uno de los primeros historiadores de la Roma Antigua (254 a. C.), que luchó contra los cartagineses en la IIª Guerra Púnica, y lo utilizó para designar a ‘un conjunto de poblaciones que compartían rasgos culturales, lingüísticos e incluso étnicos’.

Para comprender su origen nos debemos remontar a la Prehistoria reciente. Los celtas de Hispania proceden de un substrato protocelta llegado con la cultura Campaniforme en el III milenio a. C. Pastores guerreros que vivían en pequeños poblados de ocupación discontinua. Resulta posible admitir que, durante los momentos avanzados de la Edad del Bronce, el territorio soriano estaba escasamente poblado. Débil densidad relacionada con poblaciones autóctonas sobre las que interactuarían oleadas migratorias de origen centroeuropeo (protoceltas). Esta fusión podría relacionarse con la llamada ‘Cultura de Cogotas’ (2000 – 1000 a. C.), cuyos vestigios han sido encontrados en Riba de Escalote, Yuba o Quintanas de Gormaz. Aunque hasta este momento no se ha constatado la presencia de poblamientos estables, los bronces hallados en Covaleda, San Pedro Manrique e, incluso, Langa de Duero constituyen una prueba significativa de ello.

Algún tiempo después (inicios del siglo I a. C.), gentes que procedían de Centroeuropa llegaron a la región. Pequeños grupos de agricultores y pastores nómadas que atravesaron los pasos orientales de los Pirineos (siglo IX a. C.) y colonizaron zonas de Cataluña y del Bajo Aragón, importando una cultura que hemos denominado de los ‘Campos de Urnas’ y que incluía rituales funerarios de incineración.

Algo después, en el siglo VIII a. C., grupos constituidos por ganaderos nómadas, a través de los pasos centrales y occidentales pirenaicos, colonizaron Aragón y parte del territorio navarro. Esta segunda cultura que aparece en la Península Ibérica (Cultura de los campos de túmulos) parece relacionarse con la llamada Cultura Hallstattica. Desde el Valle del Ebro penetraron en la Meseta Central a través de la Cordillera Ibérica y por el Valle del Jalón y, entonces, aparecen los primeros poblados fortificados en las estribaciones del Sistema Ibérico.

Desconocemos cómo se produjo la transición hacia la cultura castreña soriana. Unicamente contamos con algunos hallazgos arqueológicos aislados como los bronces de Ocenilla y, posiblemente, la estela antropomorfa de Villar del Ala (ambas en Soria, 850 – 650 a. C). Su estructura económica no ofrece dudas. Una dedicación eminentemente agroganadera (trigo, cebada, avena y predominio de ovejas y cabras) y metalúrgica (centrada en el bronce).

Ya en plena Edad del Hierro (siglo VI a. C.), los asentamientos se harán más estables adoptando el modelo urbanístico de espacio central con casas cuadrangulares adosadas unas a otras. Estos pueblos de la Meseta Castellana presentan numerosos elementos comunes. En su configuración intervienen el substrato indígena previo, las influencias peninsulares y extrapirenaicas relacionadas con los llamados ‘Campos de Urnas’ y, posiblemente, también elementos culturales propios de la fachada atlántica.

Fueron tiempos de profundos cambios. Gran parte de la Meseta se encontraba inmersa en un proceso de explotación intensiva del paisaje, con un incremento de la deforestación y la conversión de amplios territorios en pastos y tierras de cultivo. Nuevas estrategias que facilitaron el desarrollo de aldeas más grandes, más estables y que posibilitaron un aumento demográfico importante.

¿Mercenarios sorianos?

Se ha propuesto un concepto de Celtiberia que comprende la totalidad de la cuenca del Duero, desde las serranías sorianas hasta la frontera entre España y Portugal. Amplio territorio que estaba ocupado por una gran cantidad de pueblos que eran el producto de la fusión de un sustrato autóctono con sucesivas migraciones centroeuropeas. Este proceso de celtiberización, producida a comienzos del siglo III a. C., originará diversos escenarios culturales con los que se encontrará el expansionismo romano en la ‘Hispania Antigua.

Aunque la arqueología ha demostrado la existencia de una relativa homogeneidad en la cultura material y social de la Meseta, el avance de las legiones de Roma nos permitió conocer la presencia de diferencias culturales y étnicas. La ausencia de ‘escritos’ originados en las poblaciones celtíberas nos obliga a basar nuestros conocimientos en las informaciones proporcionadas por actuaciones arqueológicas y por el análisis de fuentes documentales elaboradas por viajeros e historiadores romanos contemporáneos. Polibio, en su ‘Historia Universal’, cita a los celtíberos como mercenarios, tanto a favor de los cartagineses como de los romanos. Igualmente, Tito Libio o Estrabón los sitúan como participantes en la guerra entre Roma y Cartago. Leyendo los escritos de todos estos autores podemos afirmar que el territorio de Soria estaba habitado por tres grupos culturales y étnicos diferentes, aunque relacionados. Arévacos, Pelendones y Belos ocupaban diferentes territorios.

En la zona central y sur se encontraban los arévacos. En la opinión de Estrabón el más fuerte de los pueblos celtibéricos. Establecido en ciudades como Kolounioukou (Quintanarraya, Burgos), Sekobirikes (Pinilla Trasmonte, Segovia), Kaisea (cerca de Siguenza), Segontia (Siguenza) y Lutiakos (Luzaga, Guadalajara), Kontrebia Leukade (Aguilar de Río Alhama, La Rioja) y Numantia, Arekoratas (Agreda), Usamus o Uxama (Burgo de Osma), Lanka (Langa de Duero) o Tiermes (Montejo de Tiermes), construían sus poblados sobre cerros para facilitar la defensa y los rodeaban de recintos amurallados. La base de su economía era la agricultura y la ganadería (ovino, caprino o vacuno).

Los Pelendones ocupaban las ‘tierras altas’ de Soria y las zonas surestes de La Rioja y de Burgos. Posiblemente relacionados con los habitantes de la cultura castreña, aparecen citados por primera vez por Plinio el Viejo (siglo I d. C.), que los consideraba restos de una primera invasión céltica (anterior al siglo VI a. C.) Tras la llegada de una segunda oleada céltica (Arévacos), los Pelendones fueron empujados hacia las montañas del Sistema Ibérico. Plinio cita como ‘ciudades pelendonas’ Visontium (Vinuesa), Augustobriga (Muro de Agreda) o Savia. Al menos, tras la llegada de las legiones de Roma, los Pelendones limitaban por el sur-este con los Belos, por el sur con los Arévacos y por el norte con los Berones y los Autrigones. Su economía se relacionaba con el territorio que ocupaban: agricultura, ganadería y economía forestal. Sus asentamientos eran fundamentalmente los ‘castros’ (característicos de la segunda Edad del Hierro), de dimensiones reducidas, con casas habitualmente circulares.

Un último pueblo hemos de relacionar con los sorianos, Belos o Belaiscos, que podrían tener un origen ilirio. Citados por Lucio Anneo Floro (74 d. C.), eran consanguíneos de los arévacos y probablemente habrían venido con ellos desde las Galias. Ciudades relacionadas fueron Nertóbriga (Zaragoza) o Sekaisa (Segeda). Con una economía basada en la agricultura (ricas cosechas de cebada, cereales y olivos), criaban cerdos, cabras y ovejas, lo que se traducía en la existencia de una industria textil próspera. Junto a ello estaba confirmada la existencia de oro en el río Jalón y de hierro en el Moncayo. Desde el punto de vista político sus estructuras parece que seguían un patrón similar. Se constituían como ‘entidades autónomas’ dotadas de organismos propios de control en las que destacaba la presencia de élites aristocráticas secundadas por unas redes clientelares vinculadas mediante juramentos de fidelidad o de “devotios”. De acuerdo con Salustio (86 – 34 a. C.) disponían de un Senado, constituido por los ancianos de las familias relevantes, y un funcionamiento basado en las ‘Asambleas’. Con numerosas diferencias, estas estructuras parecen recordarnos el funcionamiento de las “ciudades-estado” griegas.

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