Los paraguas han acompañado a las mochilas con ruedas en el comienzo del curso escolar. Afortunadamente, la lluvia se ha detenido antes de que los alumnos más pequeños de la capital fueran colocándose en filas frente a sus colegios. Unas filas bastante bien organizadas para ser, o precisamente por serlo, las primeras del curso.
Más madres y padres que abuelos en un día muy especial en la que los colegios de la capital se adelantan dos días al resto de la provincia (excepto Ólvega, Ágreda, Duruelo y Arcos ) y de Castilla y León para poder festejar, en menos de un mes, San Saturio.
Poco a poco los nervios de los más pequeños eran ahogados en los regazos de los profesores que, escasos minutos antes de las 9 de la mañana, salían a recibirles tras un largo verano. Los lloros y los berrinches, si los ha habido (que seguro que sí), se han quedado mayoritariamente en casa. El ambiente era de ilusión, de ganas y nervios. 50-50 entre las caras que esbozaban una sonrisa y quienes -seguro que haciendo caso a los mayores- reflejaban en su rostro la seriedad y la importancia del día.
Abrazos y besos por doquier cuando los mayores eran los primeros en entrar al centro. Los más rezagados llegaban a la carrera a las filas. Creando una barrera casi protectora, los padres y madres también se reencontraban. Saludos protocolarios y conversaciones fugaces que se cortaban cuando el zagal cruzaba el umbral del centro escolar porque “tengo el coche mal aparcado que con esto de la lluvia…”.
Los progenitores menos vergonzosos gritan el nombre de su hijo desde la barrera en búsqueda de un último saludo que indique que todo está bien y una sonrisa cómplice de esas que dicen te quiero. Pero la mayoría de los peques ya están en otra cosa y su figura se pierde entre los pasillos del colegio mientras empujan su mochila. El barullo propio del primer día del curso los embulle a todos en búsqueda de la que será su mes, a la espera de conocer al compañero de al lado. Ahora sí, se acabó el verano. Hay mucho por aprender este curso.