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PROVINCIA
Actualizado 13/11/2024 20:20:26
Ana Barbero

Cansada de la ajetreada vida en la gran ciudad, Marta Las Heras decidió dejarlo todo atrás y dar un giro de 180 grados para mudarse a este pequeño pueblo de Soria de 39 habitantes.

El frenético día a día, el ruido de los coches, el gentío allá donde iba, las prisas y pasar el tiempo en una oficina mirando el reloj para que llegase la hora de salir. Así era la vida de Marta Las Heras, una joven periodista que, tras terminar sus estudios, decidió entrar al mercado laboral en la gran ciudad.
Una época que, recuerda, “fue tan amada como odiada”, pero quizá un poco más de esto último, pues fue breve e intensa.
Su vida en Madrid era ajetreada. Se mudó motivada por emprender un futuro laboral prometedor y aprender un nuevo idioma. Tanto fue así que, al poco tiempo, solicitó un trabajo en el extranjero por un periodo de un año. “Lo tuve claro. Vi la posibilidad de crecer en el terreno personal y académico”, dice, y se preparó para realizar una entrevista en inglés con su amigo Tim Jones, nativo de Bristol, Inglaterra, y residente en Fuentelfresno, localidad en la que pasaba los fines de semana desde que era pequeña.

Ligada al campo

Consiguió el puesto y se mudó a Tymdrum, un pequeño pueblo ubicado en las montañas de Escocia, para trabajar de recepcionista, “aunque desempeñaba muchas otras actividades”.
La mayor parte de sus horas en esta experiencia las pasaba en un hotel, pero el campo era su vía de escape al ajetreo diario. Es por ello que, en sus ratos libres, “me encantaba ir con los ganaderos de la zona para que me enseñasen sus explotaciones. Tenían vacas típicas, con mantas de pelo, flequillos y amplias cornamentas encorvadas”. Así mismo, tiene grabado en la memoria cómo pintaban de colores a las ovejas para poder verlas cuando llegaba la nieve.

Un cambio radical

Su estancia en Inglaterra se prolongó, al final, tres años. Sin embargo, “llegó un punto de inflexión a mi vida. Echaba muchas cosas de menos y aprendí a valorar lo realmente importante, hasta desear con todas mis fuerzas regresar con mi familia”.
Fue en ese momento cuando hizo las maletas y puso rumbo a Soria para plantearse qué hacer con su futuro. “No dudé mucho y volví a mis raíces. A lo que había visto en casa. A soñar con ser ganadera de mi propia explotación. A poder disfrutar de mi familia, pues comprendí que el ciclo de la vida sigue su curso y, a veces, no llegas a tiempo”, recuerda con mucha emoción.

Legado

Sus andaduras en la ganadería comenzaron en el 2018. Fue a través de un curso de incorporación para jóvenes a primera instalación agraria. Seis años después, a día de hoy, cuenta con 80 cabezas de ganado vacuno de raza pirenaica.
Marta es la tercera generación de una familia ligada a la ganadería y a la agricultura. “Mis raíces se remontan a mi abuelo paterno, Anastasio Las Heras, más conocido como ‘El Tacho’. Supo que quiso ser ganadero desde la cuna, pues sus padres también se dedicaron a esta profesión, y a sus 89 años continúa apostando por sus animales”, cuenta orgullosa.
Tras él, sus padres, Cayo y Esther, que “fueron, y continúan siendo mi apoyo incondicional a la hora de haber emprendido en el sector. Ellos estaban en activo, por lo que mi incorporación no tuvo tantos baches”, agradece. De no haber sido así, posiblemente empezar de cero “hubiese sido imposible”, lamenta.

Problemática

Cada vez menos jóvenes quieren dedicarse al campo, pues “hay complicaciones como los vaivenes de los precios de género, las condiciones climatológicas o el exceso de los costes de producción, a lo que se suma, a veces, la baja rentabilidad”, asegura. Otra de las problemáticas es la coexistencia con la fauna salvaje “sin regular, que genera aumento de ataques de lobo o de buitres, así como las imposiciones burocráticas”, afirma.

Trabajo duro

Cuando habla de vocación ganadera se refiere a “sentir pasión por el sector y enfrentar los inconvenientes como algo intrínseco a la profesión, pues el trabajo lo sudas tú y nadie va a venir a hacerlo por ti”. Aún así, al desempeñar su labor se siente más conectada a sus orígenes. Todo a pesar de que tenga que trabajar fiestas y días de guardar, ya que “las vacas tienen la mala costumbre de comer todos los días. Digamos que tengo familia numerosa a la hora de comer”, cuenta entre risas. Gracias al cambio laboral que decidió tomar se siente feliz y realizada. No está pendiente del reloj y puede “contribuir a la sociedad gracias a la producción de productos cárnicos de calidad”. Pero, sobre todo, “poder disfrutar de mi hijo desde que nació”, algo que valora mucho.
Y aunque todavía es pequeño, tiene claro que “si mi hijo me dijese que quiere ser ganadero, estaría muy orgullosa y le apoyaría totalmente”.

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