Tal día como hoy, 16 de julio, pero del año 2000, la tranquilidad de un domingo de verano en Ágreda se hizo añicos. Un potente coche bomba, colocado por la banda terrorista ETA, sembró el pánico en la localidad del Moncayo, dejando una víctima, cuantiosos daños materiales y una cicatriz imborrable en la memoria colectiva. Hoy, un cuarto de siglo después, el recuerdo de aquel día sigue intacto.
Era mediodía en Ágreda. Muchos vecinos y veraneantes disfrutaban del aperitivo en la plaza Mayor, una estampa habitual de cualquier domingo de julio. De repente, un estruendo seco y violento sacudió la localidad. La explosión, que provenía del barrio conocido como 'Las casas baratas', a poco más de un kilómetro, generó una confusión inicial. Algunos pensaron en una bombona de butano, pero la magnitud del sonido y el rápido boca a boca confirmaron el peor de los presagios: había sido un "bombazo" en la trasera del cuartel de la Guardia Civil.
La investigación posterior reveló la fría premeditación del ataque. Los terroristas utilizaron una furgoneta sustraída en Francia, cargada con un potente artefacto explosivo que fue detonado por temporizador. La hora elegida, poco antes de las tres de la tarde, no fue casual. Buscaba deliberadamente causar una masacre, ya que a esa hora era frecuente el tránsito de familias y niños que regresaban de las piscinas municipales, situadas a apenas cien metros del lugar de la explosión. Afortunadamente, la tragedia no alcanzó la dimensión que los terroristas pretendían.
Aunque se evitó una matanza, el atentado no salió impune. Estrella Ruiz Rubio, una agredeña casada con un agente de la Guardia Civil destinado en el cuartel, se convirtió en la víctima directa del golpe. Segundos antes de la detonación, había pasado a pie junto al vehículo, rozándolo. Iba sola, sin la compañía de su hijo, que entonces contaba con tan solo un año de edad. Una de las innumerables esquirlas de la metralla le alcanzó una pierna, provocándole una grave herida con pérdida de masa muscular. Su recuperación ha sido un largo y doloroso camino que la ha obligado a someterse a, al menos, media docena de intervenciones quirúrgicas, además de las imborrables secuelas psíquicas.
La explosión provocó graves daños materiales. El muro de piedra que protegía el patio del cuartel, flanqueado por dos garitas de sillares, absorbió gran parte del impacto, evitando un desastre aún mayor dentro del edificio. Sin embargo, las fachadas de los inmuebles cercanos quedaron destrozadas, con ventanas, puertas y cristales reventados. La violencia fue tal que trozos de metralla cayeron segundos después en puntos tan lejanos como el Paseo de Invierno. El sonido de la bomba se escuchó en un radio de más de diez kilómetros, llegando a localidades como Ólvega, Dévanos o Fuentes de Ágreda. En los minutos posteriores, decenas de vecinos se acercaron al lugar, donde la impotencia y la rabia se reflejaban en los rostros y en los puños apretados.
El responsable de planificar y ordenar este atentado fue uno de los terroristas más sanguinarios de la historia de ETA: Javier García Gaztelu, ‘Txapote’. Su historial criminal incluye la autoría de asesinatos tan tristemente recordados como los de Miguel Ángel Blanco, Gregorio Ordóñez o Fernando Múgica. Por el atentado de Ágreda, 'Txapote' fue condenado por la Audiencia Nacional a 30 años de prisión, una pena más en un historial delictivo que suma más de 300 años de cárcel.