La boda de Ramiro con Milagros, su prima hermana a quien cuidaba desde los cinco años, marcó un nuevo ciclo en su vida, aunque no cambió su labor en el campo.
La Residencia Santa Cristina de El Burgo de Osma ha vuelto a vestirse de fiesta para celebrar el centenario de Ramiro Aylagas Aparicio. Natural de Valdelubiel, ha disfrutado de una jornada muy especial junto a su familia, rememorando toda una vida llena de recuerdos y experiencias. El diputado de la zona, Daniel García, se ha acercado a felicitar al cumpleañero, entregándole una placa conmemorativa y su partida de nacimiento, fechada el 26 de agosto de 1925.
Su hijo Jaime explica que nació un 26 de agosto, cuando los campesinos de Valdelubiel trillaban la mies en las eras con yuntas de mulas y trillos de pedernal, dando vueltas y más vueltas sobre la parva para separar la paja del grano. Era 1925 y sus abuelos, Carmen y Martín, humildes labradores, trabajaban con esfuerzo en sus pequeñas fincas de la vega del Ucero. Gracias a sus animales y cosechas, podían alimentar a su familia de tres hijos, sin pasar hambre, pero con lo justo para vivir. La época de preguerra y posguerra fue dura; muchas veces escuchaban la frase: “Hambre nunca hemos pasado, pero no sobraba nada, ni una perra chica”.
La infancia y juventud de su padre transcurrieron entre el estudio y el trabajo en el campo. Siempre fue buen estudiante, aunque no tuvo posibilidades de continuar su educación debido a la falta de recursos y la necesidad de ayudar a sus padres. Su boda con Milagros, su prima hermana a quien cuidaba desde los cinco años, marcó un nuevo ciclo en su vida, aunque no cambió su labor en el campo. La familia se fortaleció, y con la pequeña cooperativa que crearon, pudieron ir mecanizando progresivamente las labores agrícolas, aumentando su nivel de vida.
La vida de su padre estuvo marcada por la sencillez, el esfuerzo constante y la dedicación a la familia. Los lujos, vacaciones o diversiones eran prácticamente inexistentes; sus únicas salidas fueron un viaje a Canarias, promovido por la Caja Rural de Soria, y algún desplazamiento a Alicante para visitar a sus hijos y nietos. Solo a partir de los ochenta años, tras finalizar su vida laboral, pudieron pasar los inviernos en Alicante, disfrutando del clima benigno junto a la familia.
Entre sus aficiones se encontraban los juegos tradicionales del pueblo: partidas de guiñote, Calva o Tanguilla, siempre compartidos en buena compañía. Su vida fue dura y monótona, pero con un propósito claro: trabajar para progresar. Ni se arrepiente de sus decisiones ni permite que lo juzguen; fueron elecciones suyas, marcadas por sus circunstancias.
Hoy, al cumplir 100 años, Ramiro ha alcanzado un hito extraordinario, rodeado de salud y del amor de su familia. Solo desea, dentro de la corta vida que le queda, descansar y reunirse con su compañera de toda la vida.