PROVINCIA
Actualizado 05/09/2025 21:03:10

Un ciudadano argentino, Mauricio Alejandro Spahn, relata en primera persona su experiencia en las fiestas de Villar del Río, destacando la inmediata y cálida acogida de sus vecinos. A través de su crónica, describe cómo la comunidad combina con naturalidad la devoción religiosa, como la procesión de Santa Filomena, y el ambiente festivo. Su testimonio resalta la capacidad de integración del pueblo soriano, que transformó su visita en un profundo sentimiento de pertenencia familiar.

La experiencia de un recién llegado a las fiestas de Villar del Río demuestra la capacidad de acogida del pueblo soriano. Mauricio Alejandro Spahn, un argentino de 51 años, relata en primera persona una semana de celebraciones donde la fe, la tradición y el humor convierten al visitante en un miembro más de la comunidad, sintiéndose "un primo lejano que volvió para la fiesta".

Llegar a Villar del Río, en la provincia de Soria, durante la noche de la fiesta temática organizada por la Asociación de la Peseta y el Rosco fue, en palabras del propio Mauricio, "como aterrizar en otro continente". Recién llegado de Barcelona y todavía acostumbrándose al "fresco soriano", este argentino se vio inmerso de inmediato en el espíritu festivo, disfrazado de extraterrestre a los pocos minutos de bajar del coche. A pesar de no ser un gran aficionado a los disfraces, la atmósfera del pueblo hizo imposible resistirse.

La integración fue instantánea. De la mano de la familia de Inma, los “Caracolas”, un apodo familiar como los que identifican a los clanes del pueblo, fue presentado a gran parte de los vecinos. "Lo increíble fue que, en cuestión de minutos, ya estaba saludando como si fuera candidato en campaña", confiesa Spahn, sorprendido por una calidez y una cercanía que, asegura, no había experimentado de forma tan inmediata en sus viajes por Argentina y y otros países de Sudamérica.

Entre la ermita y la barra: cuando la fe y la fiesta conviven

Uno de los primeros choques culturales para este católico practicante fue descubrir la ermita de Santa Filomena convertida en una barra de discoteca durante la noche. Sin embargo, pronto comprendió que en Villar del Río la devoción y la alegría no solo no están reñidas, sino que conviven en perfecta armonía. "Lo que en Buenos Aires sería motivo de polémica televisiva, acá se resuelve con una caña y un chorizo al pan", reflexiona.

Intrigado por la figura de Santa Filomena, mártir venerada desde el siglo XIX, se documentó sobre su historia para vivir con más intensidad la procesión. La emoción de los cantos, con los hombres en la parte superior del coro y las mujeres respondiendo desde abajo, le conmovió profundamente, confirmando el dicho de que "el que canta, reza dos veces".

Cultura, deporte y paisaje: un torbellino de actividades

  • Marcha BTT: Aunque confiesa haber realizado el tramo más corto, la experiencia le permitió disfrutar de un paisaje que parecía "hecho con Photoshop", con montañas, prados y la famosa ruta de las icnitas.
  • Pueblo medieval abandonado: La visita a este enclave le transportó a un escenario de película, una experiencia que, según él, en América solo se ve en el cine.
  • Teatro popular: Un "funeral cómico" le arrancó carcajadas y le acercó al particular humor local, una ironía que, admite, todavía está aprendiendo a descifrar.
  • Homenaje a los mayores: Un acto que le resultó especialmente emotivo y que conectó con la tradición argentina de considerar a los abuelos como "bibliotecas vivientes".

Las procesiones, el epicentro de la emoción

Los actos religiosos fueron uno de los puntos culminantes de su estancia. En la iglesia de Nuestra Señora del Vado, la emoción le embargó durante la misa, especialmente al participar en las lecturas. Las procesiones se convirtieron en un verdadero espectáculo, como la de San Juan Bautista "buscando" a Santa Filomena en su ermita para acompañarla a la iglesia central, una escena que describe como "Romeo y Julieta en versión soriana y con gaiteros".

El momento que le dejó "boquiabierto" fue la subasta de las banzas, las andas sobre las que se porta a la santa. Pudo presenciar cómo vecinos, incluso aquellos que se declaran casi ateos, pujaban con fervor, demostrando que "la tradición tira más que el escepticismo". La cinta bendecida de Santa Filomena alcanzó la cifra de 120.000 pesetas, adjudicada a un devoto cuya emoción comparó con la de "Messi levantando la Copa, pero con ojos brillosos y sin estadio".

El bar, la "otra ermita" de la comunidad

Si tuviera que elegir un único lugar que resumiera la semana, Mauricio lo tiene claro: el bar junto a la ermita. Allí, describe, se celebra la "verdadera cumbre internacional" donde se reúnen todos: el alcalde, los vecinos, creyentes y ateos. Un espacio que define como "la misa más mundana, pero igual de cargada de humanidad", donde el humor y el olor a chorizo impregnan el ambiente.

Hoy, con 51 años, este argentino recién emigrado hace un balance que va más allá de "pasarlo bien". "Acá se vive, se comparte, se siente", afirma. Su crónica, fechada el 1 de septiembre, concluye con un profundo agradecimiento que sella su transformación de visitante a miembro de la comunidad: "Llegué a Villar del Río como argentino recién emigrado y me fui siendo parte de una familia. Gracias, Villar del Río. Gracias, Caracolas. Gracias, amor mio".

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