La provincia de Soria está repleta de apodos y gentilicios populares que definen la identidad de sus pueblos. En el caso de este pueblo, sus vecinos son conocidos como 'zorros', un sobrenombre que no nace de la casualidad, sino de una historia de secretismo y tradición gastronómica celosamente guardada.
Los motes colectivos son una seña de identidad en el mundo rural. A menudo, surgen de anécdotas históricas, oficios tradicionales o características atribuidas a una comunidad, forjando un vínculo único entre sus miembros y diferenciándolos de las localidades vecinas.
En la comarca de Pinares, el apodo de los casarejanos es uno de los más curiosos. Lejos de ser un término despectivo, ser un 'zorro' en Casarejos es un motivo de orgullo que habla de la astucia y la discreción de sus gentes para proteger uno de sus mayores tesoros.
La razón fundamental de este apodo se encuentra en la cocina. Los habitantes de Casarejos han sido comparados con los zorros por la suma discreción y el sigilo con que han guardado, de generación en generación, la receta de sus afamados sobadillos. Al igual que el animal conocido por su inteligencia y cautela, los casarejanos han sabido mantener a buen recaudo los ingredientes y el proceso de elaboración exacto de este dulce.
Este celo por proteger su patrimonio gastronómico ha hecho que la receta original se mantenga intacta a lo largo del tiempo, transmitiéndose únicamente dentro de las familias del pueblo y evitando que su fórmula se popularice o se altere fuera de sus fronteras.
Los sobadillos no son un dulce cualquiera en Casarejos; forman parte del alma del pueblo. Son especialmente imprescindibles durante los meses de invierno, cuando su contundencia y sabor reconfortan del frío pinariego. Su momento de máximo esplendor llega con las fiestas patronales en honor a San Ildefonso, que se celebran cada mes de enero, convirtiéndose en el postre estrella y en un símbolo de la hospitalidad local.
Así, el apodo de 'zorros' trasciende la simple anécdota para convertirse en un homenaje a la capacidad de una comunidad para preservar su patrimonio cultural y gastronómico. Un recordatorio de que, a veces, los secretos mejor guardados son los que dan forma a la identidad de un pueblo.