Los que prefieren otras opciones siempre se sirven de la excusa de que son todos iguales. Puede parecerlo, pero entre los bolsos de siempre, los pendientes habituales y los embutidos de toda la vida, descubrimos productos que nos sacan una sonrisa y, de repente, nos crean una necesidad. ¿Una maceta que tiene personalidad de hormiga rockera? Sería perfecta para mi jardín.
El bullicio del Mercado Medieval de Soria envuelve a la capital en una atmósfera de otra época. Entre puestos de cuero, bisutería, espadas y los más sabrosos embutidos, una parada ha conseguido capturar la atención de cientos de curiosos, no por su apego a la tradición, sino por su sorprendente originalidad.
Libélulas de metal que parecen a punto de alzar el vuelo, un águila que planea en perfecto equilibrio y, sobre todo, un ejército de hormigas de hierro forjado y piedras pulidas, cada una con su propia personalidad y que tienen como complemento una maceta para dar casa a las flores más bonitas.
Todas componen el singular universo de José Manuel Baños, un artista que ha transformado el oficio ancestral de la herrería en una expresión escultórica única y que recorre todo el país de mercado en mercado mostrando su técnica y su arte a todos.
Llegado desde Losar de la Vera, en Cáceres, esta es la tercera vez que Baños despliega su taller ambulante en la capital soriana. No es un simple vendedor; es un divulgador de un arte que lleva en la sangre. Su presencia en el mercado tiene un doble propósito: vender sus creaciones y, al mismo tiempo, realizar talleres en directo para que el público pueda "apreciar la complejidad y la belleza de los oficios antiguos", señala Baños.
Con 27 años de experiencia a sus espaldas, ha sabido darle un giro radical a la tradición para continuar en la brecha. Ha fusionado la técnica heredada con una visión artística personal, perfeccionada durante sus estudios de Bellas Artes, para crear algo completamente nuevo. En una charla con este medio reconoce que el suyo "no era el trabajo que hacían mis ancestros, ellos eran herreros de agricultura y yo lo he reconvertido a la escultura”.
Sabía que debía encontrar otro camino para poder vivir de este oficio y la inspiración llegó del mundo de los insectos. “Me obsesioné con las hormigas”, confiesa, una fijación que se ha convertido en su seña de identidad y en el motor de su éxito. Ellas le dan la idea y él la transforma en arte.
No se trata solo de dominar el metal, sino de infundirle vida y narrativa. Cada hormiga, ya sea cargando una hoja, tocando un instrumento o simplemente observando al espectador, cuenta una pequeña historia, un instante congelado en metal que provoca sonrisas y admiración.
El reconocimiento del público es, para Baños, una recompensa tan valiosa como la propia venta. La satisfacción de ver cómo la gente se detiene, comenta y disfruta de su obra es una parte fundamental de su día a día. "Ver las sonrisas que se escapan cuando doblan la esquina es mi mejor pasatiempo", asegura.